Por Enrique Esqueda Blas
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM
De acuerdo con
el historiador francés, Pierre Vilar (1906-2003), en su entrada dedicada al
vocablo “Historia”, ésta es tanto una materia, como el conocimiento que puede
tenerse de ella. Es decir, en su segunda acepción, es un conjunto de hechos
pasados susceptibles de ser observados, narrados y transmitidos. Para Vilar, la
historia ha tenido popularmente las designaciones de maestra, tribunal político
y recuerdo colectivo. Cada una de estas variaciones obliga a pensar en la
capacidad disciplinar —diríamos, real o supuesta, deseable o indeseable— de extraer
lecciones del pasado y emitir juicios morales. Esto implica determinaciones
sobre cómo se investiga y verifican hechos; pero también, tener en cuenta las
implicaciones políticas del pasado, en cuanto qué se rememora, cómo y por qué,
y sus nexos con luchas concretas entre actores sociales, que derivan en
hegemonías y eliminaciones historiográficas.
Conviene
señalar que un rasgo particular de la historia como saber científico es abocarse
al acontecer humano, ciertamente entendiendo mitos, pero podemos suponer, excluyendo
explicaciones metafísicas. De ahí que para Vilar la historia sea “ciencia del
tiempo”, un saber racional, crítico, problematizador y analítico, que busca
tener un respaldo objetivo en vestigios y experiencias colectivas; que sirve
para explicar sistemáticamente relaciones entre hechos, y ayuda a los actores a
toman conciencia sobre la dinámica de las sociedades. De ahí que nuestro campo tenga contacto con la política y la ideología y se preocupe por
desentrañar los mecanismos de los hechos sociales (pasados y presentes)
teniendo estrecha relación con la sociología.
Para el profesor,
sociología e historia habrían tomado rumbos distintos en el siglo XIX y
principios del XX, momento en que una de estas formas de conocimiento se hizo
generalizadora y otra se enfocó en el terreno de los acontecimientos y las
lecturas empíricas. Vilar muestra por medio de una síntesis apretada de
historia de la historiografía, como campo cada vez mejor definido y
profesional, que no son las causas inmediatas las que le incumben a la
historia, sino las profundas, las que están en su raíz y las que permiten
analizar conexiones. De ahí que confiera a ese abordaje un carácter científico,
ya que se ha de buscar una interpretación global y lo mejor fundamentada posible, en información que no tuvieron los contemporáneos.
De esta forma,
la historia es para Vilar, una ciencia posible (en vías de construcción) como saber
razonado y no como verdad absoluta, prejuiciosa o estudiosa de una materia
muerta. Aunque ciertamente éste es un posicionamiento que se enfrenta a dos
problemas graves: la subjetividad y los usos políticos del pasado. Respecto al
primero la única respuesta, que me parece posible deducir, es que el
historiador se perdería en los documentos de no tener una pregunta clara, con
la cual indagar al pasado, así como hipótesis en las cuales sustentar su obra.
Si a eso sumamos que su modelo requiere de tomar en cuenta las complejas
interacciones entre economía, masas y civilizaciones, entonces observamos que
habría controles para encaminar a la historia hacia una ciencia que pusiera su
acento en comprender cambios y permanencias, conscientes e inconscientes, de los más diversos tipos. A ello puede agregarse el diálogo interdisciplinario y el
uso de métodos y técnicas de procesamiento y análisis de datos cuantitativos;
además del equilibrio que las interpretaciones históricas deben tener respecto
al contraste de evidencias y las determinaciones sobre las intenciones de los
actores.
Los usos políticos del pasado se entienden como una realidad directa o indirecta del oficio de historiar; de alguna manera, pienso, un reto que la ciencia ha tenido que enfrentar, aunque intente objetividad y neutralidad. Una ilustración de ello es el desarrollo de los saberes atómicos que derivaron en el empleo de un arma de destrucción masiva en contra de la población civil japonesa. Por lo anterior, valdría la pena recordar lo sostenido por Luciano: el historiador ha de dudar de los diversos dichos, ser fiel a la verdad, escribir con sencillez y negarse a la adulación de los poderosos, tal vez con ello dispondríamos, cuando menos, de una historiografía más independiente y liberadora.
Los usos políticos del pasado se entienden como una realidad directa o indirecta del oficio de historiar; de alguna manera, pienso, un reto que la ciencia ha tenido que enfrentar, aunque intente objetividad y neutralidad. Una ilustración de ello es el desarrollo de los saberes atómicos que derivaron en el empleo de un arma de destrucción masiva en contra de la población civil japonesa. Por lo anterior, valdría la pena recordar lo sostenido por Luciano: el historiador ha de dudar de los diversos dichos, ser fiel a la verdad, escribir con sencillez y negarse a la adulación de los poderosos, tal vez con ello dispondríamos, cuando menos, de una historiografía más independiente y liberadora.
Fuente:
Vilar, P.
(1999), Iniciación al vocabulario del análisis
histórico, Madrid, Altaya, pp. 15-47.
Reseña crítica del Libro "Teoría de la Historia" de Ernesto Schettino.
ResponderEliminarPara Schettino no estamos conscientes del carácter histórico de nuestras concepciones de la realidad, pese a que la cultura actual da por hecho las nociones de evolución, progreso y desarrollo histórico-social.
Un caso es el concepto de elemento, del cual tenemos noción por la tabla periódica porque así nos la enseñan en educación media superior. Pero si nos remitimos al pasado, específicamente a la Grecia Clásica, podemos encontrar la definición del mismo cuando hablamos de los cuatro elementos por los cuales está formada la Naturaleza y se creó el universo: agua, tierra, aire y fuego (incluso hubo un debate álgido entre los filósofos presocráticos a efecto de comprobar cuál es el elemento primigineo; véase Tales de Mileto, Heráclito, Anáxagoras, etc.).
Saludos cordiales. Excelente día.
Hola Moisés, no imaginé que el texto de Schettino fuera tan accesible, de ahí la idea de traerlo a revisión y análisis. No estoy tan seguro de seguirte en el primer párrafo, ya que una de las premisas del autor es que ciertamente las sociedades han tenido distintas formas de relatar el pasado (aunque en forma de mitos o crónicas) para dotarse de sentido. Sin embargo, el acuerdo es pensar que la historia profesional y académica se desarrolla a mediados del siglo XIX en Europa, pese a los avances de mentes preclaras quienes percibieron el cambio e intentaron dar sentido a la historia de la humanidad. Saludos.
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