domingo, 26 de julio de 2015

El conocimiento histórico como rompecabezas: a treinta años de Teoría de la historia de Ernesto Schettino Maimone


Por Enrique Esqueda Blas
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM

En 1985 el profesor Ernesto Schettino —quien llegaría a ser un connotado académico marxista, formador de generaciones e integrante del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM— daba a la imprenta la primera edición de su manual Teoría de la historia. En su cuarta edición, correspondiente a 1993, presentaba un formato pequeño de 9.3 por 16.8 cm. En ella disertaba en 68 páginas sobre qué es la historia, la naturaleza del conocimiento histórico, la realidad histórica, las posibilidades de una ciencia de la historia y los usos de ésta. Su obra cerraba con algunas preguntas (evidencia patente de los fines didácticos que movían a su autor) y una bibliografía de veinte estudiosos, varios de ellos, referencias obligadas en el tema. Es difícil hacer un balance justo de un trabajo que no aspiraba a innovar, tanto como a comunicar y servir de introducción a los estudiantes preparatorianos sobre la complejidad del saber histórico. Hoy tal vez lo podemos leer así: se trata de un ensayo fundamentado en el paradigma del materialismo histórico, que pese a la crisis que como modelo explicativo experimentó en las ciencias sociales —debido a la caída del socialismo real europeo— su escritor se mantuvo de principio a fin convencido en una tradición académica. En las clases sobre teoría del conocimiento, Grecia y Roma, que tuve el honor de escucharle a mi maestro a finales de los años noventa, parecía que el tiempo y la realidad no habían doblegado su espíritu para hacerlo cambiar su discurso, que conservaba en viejas, amarillentas y frágiles hojas de papel. Schettino, tal vez, como Adolfo Sánchez Vázquez, pese a sus diferentes praxis políticas, tenía la certidumbre de que más temprano que tarde, las nuevas generaciones habrían de volver a un sistema que había intentado dar una explicación total de la realidad y dotado de esperanza a millones de seres humanos. No se equivocó. El marxismo continúa siendo una de las corrientes de pensamiento teórico más fructíferas que conviene revisitar.
No pretendo hacer aquí una reseña bibliográfica puntual, sin embargo trataré de sintetizar algunas de las posturas del académico destacando aquellas que me parecen más relevantes. En primer lugar, Schettino se inclinaba por una historia donde los conceptos tuvieran un respaldo empírico, que los llenara de contenido. En segundo lugar atribuía al historiador una actitud “abierta y crítica, a la vez que rigurosa”, que lo colocara en un punto intermedio entre el esquematismo, la especulación y la recopilación documental exhaustiva (Shettino: 1993, “Presentación”). Para él, el término de historia, procedente del griego, remitía a la investigación y a la averiguación, distinguiendo entre los usos comunes del mismo en el habla cotidiana, y sus usos en obras de consulta, donde detectaba significados diversos y a veces equívocos. Esto se debía a que implicaba hechos y narración de los mismos, ya fueran reales o ficticios, particulares o generales, relevantes o irrelevantes, además de asociarse a una forma de conocimiento. Acto seguido definía a la historiografía como “las distintas formas de relatar por escrito las diferentes realidades históricas” y a la Filosofía de la Historia y la Teoría de la Historia como encargadas de responder al cuestionamiento de qué es la historia (Shettino: 1993, p. 4). La primera más especulativa y la segunda con ciertas aspiraciones de cientificidad. Para despejar la pregunta central del libro había que acudir a la teoría del conocimiento de lo histórico y a una metodología que diera claridad a qué podía entenderse por realidad histórica y los problemas que presentaba con relación a la naturaleza, los factores que permiten hacer una interpretación del movimiento histórico y las épocas históricas o los vínculos entre individuo y sociedad, grupos sociales, la conciencia, la economía, la política, la religión y el arte. En suma, había que intentar una respuesta a qué características debe tener el conocimiento histórico para ser científico y la utilidad de éste en términos prácticos.


Para Schettino las relaciones entre sujeto que conoce y objeto que es conocido representaban la base del saber. Sin embargo, no era necesariamente en los factores bioquímicos que había de entenderse atendiendo otros elementos como tecnologías, condiciones político-sociales, e incluso, obstáculos religiosos, que podían limitarlo. Simplificado al extremo, esta idea sobre el conocimiento llevaba implícita y explícitamente el contexto y dejaba claras las diferentes formas de percibir y explicar el mundo a través del tiempo. Sin duda uno de los apartados más valiosos del libro es el referente al asesinato del presidente de los E.U.A., John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. Por medio de él trató de caracterizar el conocimiento histórico tomando en cuenta la pluralidad de actores, en calidad de testigos, quienes habían tenido un “conocimiento inmediato y directo”, que debía cuestionarse en términos de percepción y verdad (Schettino: 1993, p. 17). Para él, la percepción era relativa a la colocación de los actores, de ahí que ésta tendiera a su modificación debido a “sus condiciones biológicas, su estructura mental, sus experiencias previas, su imaginación, su educación, su lenguaje, sus intereses, sus emociones” (Schettino: 1993, pp. 17-18). A lo anterior añadía expresiones de carácter emotivo, asociaciones de hechos y la selección de conceptos bajo los cuales leer lo ocurrido, en este caso, como asesinato político. Así, un mismo hecho podía mostrar variaciones dependiendo de los sujetos, por ello no era deseable dar a esta clase de percepción, calidad de conocimiento verdadero y objetivo. Para alcanzar ese grado se requería tomar en consideración los testimonios y las distintas evidencias que del hecho se conservaban como registros (foto, cine, prensa, televisión), además de informes policíacos, la biografía de Kennedy… Acto seguido, había que considerar el hecho en todas sus posibles explicaciones causales, para intentar explicarlo. Pero ni fuentes ni hipótesis serían suficientes sin “modelos de interpretación adecuados, de lógica y de suficiente objetividad”, ya que esto nos daría “una imagen confusa y caótica de los hechos, una falsa interpretación de los mismos y/o una mera opinión subjetiva” (Schettino: 1993, p. 20). Por ello, pensando metafóricamente, los datos de un hecho equivalían a piezas de un rompecabezas, que si bien eran conocimiento, debían integrarse en “un conjunto coherente” (modelo explicativo), que sirviera para que encajaran sin ser forzadas (Schettino: 1993, p. 21). La riqueza de la ejemplificación de cómo se construye el conocimiento histórico radica en ver los datos como abstracción o característica aislada mentalmente de un hecho (que se selecciona y se concibe como totalidad concreta). Esto equivale a buscar determinaciones esenciales en los hechos respecto a lo accidental y accesorio. De esta manera las representaciones de los historiares respecto a los hechos deben corresponder a los datos sobre los mismos y encontrar en ellos su confirmación o rechazo; solo así es posible determinar la veracidad histórica. 
Por otro lado, Schettino nos hace replantearnos la imposibilidad de la experimentación en la historia, ya que, si bien la niega, dado que todos los hechos son únicos e irrepetibles, afirma que todo hecho “contiene determinaciones y relaciones que son comunes a otros hechos del mismo tipo las cuales nos permiten entre otras cosas, conocimientos generales y conceptos universales” (Schettino: 1993, p. 24). Es decir, la experimentación sería dable en la historia gracias a las fuentes históricas vía para la comprobación de la verdad de un hecho histórico y base para “«experimentar» cuantas veces queramos” (Schettino: 1993, p. 25) con el mismo, en concordancia con los métodos históricos disponibles en el momento de análisis, y las interpretaciones que pueden darse en el marco de un proceso histórico más amplio. Sin duda una proposición provocadora a profundizar.
Lo que sigue en el libro grosso modo es una presentación de la teoría materialista de la historia en su dialéctica y motores históricos. Más ricos en cuanto a la visión personal del autor son sus capítulos sobre la historia como ciencia y los servicios que puede prestar. En el primer rubro trata a las ciencias físico-matemáticas como el paradigma en este campo haciendo de las demás, en cierto sentido, imitadoras. Ello debe llamar la atención sobre el riesgo de rezago en el desarrollo de métodos y conceptos disciplinares propios, por lo que se rechaza la simple asimilación y trasplante de supuestos de un terreno a otro, y se subraya la centralidad del pensamiento crítico (como una característica común a la ciencia). Agrega entonces que la subjetividad del historiador tampoco debe ser un punto de descalificación de la historia, ya que la conciencia de nuestras determinaciones y la teoría permitirían superar este obstáculo. Respecto a otras objeciones, la historia aunque terreno de lo particular, puede elaborar generalizaciones, establecer relaciones de causalidad, participar de las ciencias sociales y procesar datos objetivos y comprobables. Mientras que el segundo punto se clarifica dando cuenta de la historia como memoria y conciencia del devenir para entender el presente; así como placer erudito y saber politizable.
Puede decirse entonces, a manera de conclusión, que la original de Teoría de la Historia, a tres décadas de su primera impresión, estriba más en las operaciones historiográficas a las que alude, que propiamente a la teoría del conocimiento y el materialismo histórico. Como fuente, en sí, podemos encontrar en ella preocupaciones y enfoques de otro momento, muchas de las cuales han girado radicalmente, pero que, pese a ello, constituyen un lugar de partida para renovadas polémicas sobre lo histórico.

Fuente:
Schettino, E. (1993), Teoría de la historia, 4ª. ed., México, UNAM, ENAP-Dirección General, 68 pp. (Manuales preparatorianos; 4).


miércoles, 22 de julio de 2015

La historia como ciencia posible: una lectura de Pierre Vilar


Por Enrique Esqueda Blas
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM

De acuerdo con el historiador francés, Pierre Vilar (1906-2003), en su entrada dedicada al vocablo “Historia”, ésta es tanto una materia, como el conocimiento que puede tenerse de ella. Es decir, en su segunda acepción, es un conjunto de hechos pasados susceptibles de ser observados, narrados y transmitidos. Para Vilar, la historia ha tenido popularmente las designaciones de maestra, tribunal político y recuerdo colectivo. Cada una de estas variaciones obliga a pensar en la capacidad disciplinar —diríamos, real o supuesta, deseable o indeseable— de extraer lecciones del pasado y emitir juicios morales. Esto implica determinaciones sobre cómo se investiga y verifican hechos; pero también, tener en cuenta las implicaciones políticas del pasado, en cuanto qué se rememora, cómo y por qué, y sus nexos con luchas concretas entre actores sociales, que derivan en hegemonías y eliminaciones historiográficas.
Conviene señalar que un rasgo particular de la historia como saber científico es abocarse al acontecer humano, ciertamente entendiendo mitos, pero podemos suponer, excluyendo explicaciones metafísicas. De ahí que para Vilar la historia sea “ciencia del tiempo”, un saber racional, crítico, problematizador y analítico, que busca tener un respaldo objetivo en vestigios y experiencias colectivas; que sirve para explicar sistemáticamente relaciones entre hechos, y ayuda a los actores a toman conciencia sobre la dinámica de las sociedades. De ahí que nuestro campo tenga contacto con la política y la ideología y se preocupe por desentrañar los mecanismos de los hechos sociales (pasados y presentes) teniendo estrecha relación con la sociología.
Para el profesor, sociología e historia habrían tomado rumbos distintos en el siglo XIX y principios del XX, momento en que una de estas formas de conocimiento se hizo generalizadora y otra se enfocó en el terreno de los acontecimientos y las lecturas empíricas. Vilar muestra por medio de una síntesis apretada de historia de la historiografía, como campo cada vez mejor definido y profesional, que no son las causas inmediatas las que le incumben a la historia, sino las profundas, las que están en su raíz y las que permiten analizar conexiones. De ahí que confiera a ese abordaje un carácter científico, ya que se ha de buscar una interpretación global y lo mejor fundamentada posible, en información que no tuvieron los contemporáneos.
De esta forma, la historia es para Vilar, una ciencia posible (en vías de construcción) como saber razonado y no como verdad absoluta, prejuiciosa o estudiosa de una materia muerta. Aunque ciertamente éste es un posicionamiento que se enfrenta a dos problemas graves: la subjetividad y los usos políticos del pasado. Respecto al primero la única respuesta, que me parece posible deducir, es que el historiador se perdería en los documentos de no tener una pregunta clara, con la cual indagar al pasado, así como hipótesis en las cuales sustentar su obra. Si a eso sumamos que su modelo requiere de tomar en cuenta las complejas interacciones entre economía, masas y civilizaciones, entonces observamos que habría controles para encaminar a la historia hacia una ciencia que pusiera su acento en comprender cambios y permanencias, conscientes e inconscientes, de los más diversos tipos. A ello puede agregarse el diálogo interdisciplinario y el uso de métodos y técnicas de procesamiento y análisis de datos cuantitativos; además del equilibrio que las interpretaciones históricas deben tener respecto al contraste de evidencias y las determinaciones sobre las intenciones de los actores. 
Los usos políticos del pasado se entienden como una realidad directa o indirecta del oficio de historiar; de alguna manera, pienso, un reto que la ciencia ha tenido que enfrentar, aunque intente objetividad y neutralidad. Una ilustración de ello es el desarrollo de los saberes atómicos que derivaron en el empleo de un arma de destrucción masiva en contra de la población civil japonesa. Por lo anterior, valdría la pena recordar lo sostenido por Luciano: el historiador ha de dudar de los diversos dichos, ser fiel a la verdad, escribir con sencillez y negarse a la adulación de los poderosos, tal vez con ello dispondríamos, cuando menos, de una historiografía más independiente y liberadora.

Fuente:
Vilar, P. (1999), Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Madrid, Altaya, pp. 15-47.

lunes, 20 de julio de 2015

Ciencias sociales: problemas metodológicos y su relación con la historia



Por Horacio Ortega Chacón
Estudiante de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM

El modelo utilizado en la enseñanza de la historia y el concomitante problema de reprobación estudiantil puede reflexionarse tomando en cuenta el desarrollo que han tenido las ciencias sociales, la información que nos aporta el siguiente ensayo sugiere una posibilidad del por qué existe cierta apatía para el estudio de la historia. Aquí presento algunas ideas del texto "Desarrollo de la metodología en ciencias sociales en América Latina: posiciones teóricas y proyectos de sociedad" tomado de la revista digital Perfiles latinoamericanos de la Flacso.

A partir de las nuevas preocupaciones teóricas como la referente al desarrollo económico, emergió la necesidad de enfrentar problemas metodológicos que se derivaban del enfoque de la dependencia, que ponía el acento en el análisis histórico. La metodología de las ciencias sociales estaba fuertemente dominada por las técnicas de survey, que entre otras cosas, se caracterizaban por ser esencialmente estáticas. Si bien existía ya en la bibliografía la idea de la encuesta de panel, aún estábamos lejos de los desarrollos teóricos, de los métodos de análisis y de las posibilidades de procesamiento de las que disponemos hoy. El estudio estadístico de series de tiempo se reducía a la identificación, diferenciación y cuantificación de la tendencia, las fluctuaciones estacionales y las variaciones cíclicas e irregulares. Los poderosos métodos con que contamos hoy, encapsulados en los programas que procesan las computadoras personales, para tratar eventos cronológicos, aún estaban en una etapa inicial. Es decir, se trató a la historia como una disciplina pasiva coartando su carácter esencialmente integro, al reducir su estudio al simple repaso de fechas y personajes, sin considerar las secuencias y las relaciones causa-efecto, que son las que permiten la comprensión del pasado. Aunque el procesamiento de datos, a partir del uso de software y programas de análisis de datos, lo único que nos ofrece es información cuantitativa y que poco nos explica sobre los sucesos y causas que generaron cierto acontecimiento, éstas herramientas nos sirven para situarnos en cierto tiempo, por ejemplo cuando buscan alguna información o acontecimiento para alguna investigación. A veces sólo basta con teclear una palabra clave sobre un portal de información y la fecha para obtener documentación más precisa.

Por otro lado, nuevos problemas de investigación provocaron un cambio de contenido en la metodología de las ciencias sociales. Una parte de la exploración en busca de métodos que ayudaran a responder las preguntas que se formulaba la investigación social, se volcó hacia el estudio de la filosofía de la ciencia y de la epistemología. Otro camino que se ensayó fue la lectura metodológica de las investigaciones realizadas por los autores clásicos. Una de las causas por el hartazgo hacia el estudio de las ciencias sociales, lo expone el autor, al hablar sobre las disputas derivadas de las imposiciones políticas. La metodología de las ciencias sociales suele conceptuarse como un campo disciplinario provisto de su propia lógica interna. En este ensayo se muestra que a pesar de ello, al examinar las disputas metodológicas que han tenido lugar en América Latina en los últimos sesenta años (así como las teóricas), se observa que han sido influidas por las luchas políticas por imponer proyectos de sociedad alternativos. Política, teoría y metodología han estado fuertemente imbricadas. Se plantea que hasta fines de los sesenta la metodología era equivalente a técnicas de encuesta. En los setenta y parte de los ochenta se redefinió por la preocupación de comprender el cambio estructural desde una epistemología con fuerte acento marxista. A raíz de las crisis de los ochenta y las consecuentes restricciones presupuestarias sobre la investigación académica se ha observado una tendencia a limitar la metodología a un conjunto de herramientas y técnicas de investigación, y a discutir conceptos desprendidos de sus cuerpos teóricos, ocultando así la diversidad de enfoques y propuestas políticas.

Esta investigación afirma que aún siguen vigentes en el estudio de las ciencias sociales estas pugnas e imposiciones, que hoy en día, de acuerdo a la experiencia de trabajo con niños y jóvenes, confirmo la existencia entre los estudiantes de cierta aversión por el estudio de la historia. Los triunfalismos de unos y otros han hecho que grupos de la sociedad se desentiendan del análisis crítico de lo que representa la historia y es común escuchar opiniones de maestros en las que hacen referencia a que la historia la escriben sólo los ganadores; imagen errónea de lo que debiese ser el análisis de las ciencias sociales, pues no se trata de quién es más,
sino de entender los mecanismos de la sociedad de la cual formamos parte.

Fuente: 
Fernando, C. (2015), "Desarrollo de la metodología en ciencias sociales en América Latina: posiciones teóricas y proyectos de sociedad", Perfiles latinoamericanos, vol. 23, núm. 45, pp. 181-202, en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-76532015000100008&lng=es&nrm=iso&tlng=es, consultado el 20 de julio del 2015.

lunes, 13 de julio de 2015

Presentación



Este espacio se centra en la reflexión de aspectos teóricos, filosóficos, metodológicos e historiográficos, que pueden fortalecer la formación de estudiantes de licenciatura en historia, de la ENAH y la Especialidad en Enseñanza de la Historia de la UnADM. En él veremos distintas aproximaciones a la definición, carácter disciplinar, preguntas y funciones de historia. Partiremos de conceptos básicos que sirven de coordenadas para su práctica, tales como tiempo, espacio, actor social, estructura, clase social, periodo, contexto, hecho histórico, proceso, cambio, sentido, motor histórico, conciencia y memoria histórica. Repasaremos la naturaleza de la investigación histórica y debatiremos sobre las particularidades del conocimiento del pasado tomando en cuenta la manera en que se conoce en las ciencias, ciencias sociales y humanidades. Observaremos cómo se produjo la institucionalización y profesionalización de la historia académica desde el positivismo e historicismo hasta los actuales modelos de historia del tiempo presente, word y big history. Para contrastar el mundo de las universidades atenderemos la emergencia de la historia oral y public history prestando atención en los usos sociales del pasado. De igual modo propiciaremos las intersecciones entre historia, literatura, antropología y sociología dando a nuestro campo una perspectiva interdisciplinaria. El sitio está abierto a tus comentarios y sugerencias, así como a tus aportaciones. Para establecer contacto puedes escribirme al correo electrónico: elcampomarte@gmail.com, me dará mucho gusto leerte. 

Enrique Esqueda Blas