miércoles, 5 de agosto de 2015

Edmundo O'Gorman, Alfonso Caso, Ramón Iglesias y otros, Sobre el problema de la verdad histórica (1945).1




Edmundo O´Gorman

Organizadas por la Sociedad Mexicana de Historia, se celebraron en El Colegio de México, durante el mes de junio de 1945, tres sesiones dedicadas a debatir [sobre el problema de la verdad histórica]… El texto que se da a continuación lo constituyen las ponencias que se presentaron por escrito y algunas noticias sobre las diversas intervenciones.
[…]

El licenciado Edmundo O'Gorman, después de explicar los antecedentes que originaron la idea de celebrar estas sesiones, da lectura a su Ponencia, titulada:
CONSIDERACIONES SOBRE LA VERDAD EN HISTORIA
"La historia es enterrar muertos para vivir de ellos."
(La agonía del Cristianismo. UNAMUNO.)
1. El propósito de esta breve ponencia es ofrecer al debate unas cuantas ideas acerca del modo en que debe entenderse el problema de la verdad en Historia.
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No pretendo exponer nada que pueda llamar original mío: apoyado en las huellas que me dejaron muchas lecturas (…) y en recuerdos de gratísimas conversaciones con mis amigos, he intentado contrastar en los supuestos más íntimos, la postura tradicional cientificista y la postura contemporánea historicista, conformándome con presentar en forma esquemática la cuestión que va a debatirse.
2. Nuestra época, como todas las épocas llamadas de crisis, presenta el espectáculo de una lucha violenta entre unas creencias que constituyen la
tradición inmediata y otras creencias que forman el nuevo programa. Éstas pugnan por substituir a aquéllas… la postura contemporánea, hostil a la tradición, consiste en tener conciencia de lo histórico en un sentido nuevo y radicalmente revolucionario.
La postura tradicional… en términos generales, consiste en el esfuerzo por asimilar la historia a las disciplinas científicas, y primariamente a las ciencias físicas y naturales. Esto quiere decir que se ha intentado constituir la historia en ciencia rigurosa, fundamentándola en idénticos supuestos... En suma, para esta manera de pensar no hay diferencia esencial entre conocer el pasado humano y conocer cualquiera otra realidad.
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Se trata, pues, de una escuela que gusta concebirse a sí misma como realista...
[Desde] ese intento de asimilación o identificación entre esa realidad que es el pasado humano y cualquiera otra realidad (…), se verá que el pasado humano, al igual que la Luna, resulta una realidad independiente de nosotros, de nuestra vida. Se trata entonces simple y sencillamente "del pasado'', de un pasado cualquiera; pero no de "nuestro pasado''...
3. El intento de constituir la Historia en una ciencia supone, ya lo vimos, que el pasado es una realidad esencialmente idéntica a cualquiera otra realidad... semejante supuesto descansa en la creencia de que nuestro ser, el ser humano al igual del ser de todas las cosas es algo fijo, estático, previo, siempre el mismo, invariable… por eso se ha venido hablando sin dificultad, desde Aristóteles y aun mucho antes, de la naturaleza de la piedra, de la naturaleza del animal y de la naturaleza del hombre, como si se tratase en esencia de un mismo concepto…
Si se cree que el hombre tiene un ser fijo… o invariable, síguese necesariamente que su pasado ni le va ni le viene; es un puro accidente; le es radicalmente indistinto, en suma, le es ajeno.
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… [En] la postura tradicional cientificista en Historia, ese pasado que estudia y que intenta conocer es algo independiente al ser del hombre, y más concretamente, al ser del historiador. No se trata pues, como dije, de "su pasado'', sino "del pasado", de un pasado cualquiera.
4. [Así], la tarea del historiador queda necesariamente sujeta a dos exigencias o pretensiones capitales. La primera consiste en la tradicional pretensión de la imparcialidad del historiador... La segunda exigencia es la de pretender conocer en su totalidad el pasado humano. En efecto, puesto que el pasado es una realidad independiente, todos y cada uno de los hechos del pasado, desde los más importantes hasta el más mínimo detalle, reclaman con idéntico derecho el ser conocidos en la visión total del saber histórico. Cualquier omisión, intencional o no, es ya una selección indebida, porque equivale a permitir que intervengan las circunstancias personales del historiador, con notoria violación, inconsciente o no, de la exigencia de su estricta imparcialidad...
Aspira, pues, la escuela tradicional a lo que Ortega… ha llamado una "visión completa", a diferencia de lo que ha calificado de "visión auténtica". Consiste aquélla en una visión del pasado humano, totalmente separada o independiente de las preocupaciones y de las circunstancias vitales del presente; visión cuya veracidad está en relación directa con la suma total de los hechos averiguados.
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A mayor número de datos averiguados, más completo, es decir, más verdadero el conocimiento del pasado. Pero como obtener el gran total de todos y cada uno de los hechos del pasado es un imposible, si sólo fuera porque el tiempo mismo se ha encargado de destruir las fuentes de información de una enorme cantidad de hechos, la verdad histórica que tan afanosamente persigue la escuela tradicional es absolutamente inalcanzable. Se trata siempre de una verdad fragmentaria, de una aproximación que en todo momento está sujeta a ser rectificada por la posible aparición de nuevos datos, y en consecuencia, lo que para esta escuela se llama interpretar los hechos, no es sino la operación mecánica de reajuste o rectificación, de la suma siempre provisional de lo ya averiguado. En una
palabra, se trata de una verdad siempre diferida e indefinidamente proyectada hacia el futuro. Pero lo malo, entre otras cosas, es que esa verdad no es una verdad, porque conocer algo es siempre referencia al presente, o lo que es lo mismo, referencia a nuestra vida, que es para nosotros la verdad radical. Los supuestos de la escuela tradicional ponen al hombre en la falsa coyuntura de conformarse con una verdad que no podrá jamás poseer [que] produce un tipo de historia inhumano y un tipo de historiador deshumanizado…
5 …Para la postura contemporánea [HISTORICISTA], en cambio, el énfasis está en considerar que el pasado es algo nuestro, que es "nuestro pasado".
…Pues bien, el pasado humano no es un pasado cualquiera; es lo que le ha pasado al hombre y, por eso, suyo entrañablemente. Pero no suyo a la manera en que decimos que una casa o un objeto, por ejemplo, son de su propiedad,
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sino suyo en cuanto que involucra a su ser... El pasado humano, en lugar de ser una realidad ajena a nosotros es nuestra realidad, y si concedemos que el pasado humano existe, también tendremos que conceder que existe en el único sitio en que puede existir: en el presente, es decir, en nuestra vida... "El hombre", dice Ortega (Historia como sistema) "no es, sino que va siendo. . . y ese ir siendo (…) es lo que llamamos vivir'"...
Ahora bien, si se admite que la realidad radical del hombre es su vida, y por lo tanto que el pasado humano (no se entienda esto en un sentido puramente individual) es en parte esa realidad radical, la tarea del historiador se habrá liberado de una vez por todas de la famosa pretensión de imparcialidad. En efecto, puesto que conocer el pasado es conocimiento de sí mismo, malamente puede justificarse ni menos exigirse esa fría, inhumana, monstruosa indiferencia que la imparcialidad supone. Por lo contrario, hay que admitir con franqueza, y alegría que el conocimiento histórico es parcial, el más parcial de todos los conocimientos, o lo que es lo mismo, que es un conocimiento basado en preferencias individuales y circunstanciales: en suma, que es un conocimiento producto de una selección, el conocimiento selecto por excelencia. Las preferencias del historiador son las que comunican sentido pleno y significatividad a ciertos hechos que, por
eso mismo, son efectivamente los más importantes, los más históricos, y en definitiva los más verdaderos.
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[…]
A diferencia, pues, de la "visión completa" (abstracta) postulada por la escuela tradicional, búscase una "visión auténtica" (concreta) cuya autenticidad estriba, precisamente, en que brota de la referencia a nuestra vida; visión que sólo es válida para ella, para ella verdadera puesto que conocer es función interna a la vida y no independiente de la vida. Esta visión auténtica, en cuanto que lo es, es la única capaz de aprehender esa radical realidad de la que nuestro pasado es parte... El saber histórico no consistirá ya en una suma de hechos que, una vez "descubiertos", se consideran definitivamente conocidos; consistirá ahora en una visión cuantitativamente limitada, pero auténtica en cuanto que se funda en una serie de hechos significativos por sus relaciones con el presente y con nuestra vida. Y el método histórico no será ya ningún método de los empleados en las ciencias naturales; no será el método de la simple acumulación de lo "averiguado", sino que será el método narrativo, único verdaderamente capaz de dar razón de la vida humana, de nuestra vida, nuestra verdadera realidad. Este dar razón de la vida humana es lo que yo llamo historiar. Podemos concluir, pues, que verdad en Historia no es otra cosa sino la adecuación del pasado humano (selección) a las exigencias vitales del presente.
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6 …Vemos, en efecto, que los mismos acontecimientos revelados por los mismos documentos se narran de muy diversas maneras. Es decir, vemos… que cada generación siente la necesidad de escribir su historia, la historia de su pasado; pero naturalmente, escribirla desde su punto de vista, es decir, desde su peculiar situación o circunstancia… que es la verdad histórica de los hombres que compusieron esa generación; verdad que, por lo mismo, no puede ser, aunque lo pretenda, la verdad de otras generaciones, ni anteriores ni venideras, pero que, no obstante, es verdad verdadera.
La postura contemporánea historicista … consiste precisamente en tener conciencia histórica...
Se verá claro que la cuestión a debate puede y debe reducirse a lo siguiente: si se concibe el pasado como una realidad independiente a nuestro ser, tendrá razón la escuela tradicional; si en cambio, el pasado se concibe como realidad de nuestro ser en el sentido radical que he insinuado, entonces, la postura contemporánea tendrá que admitirse.
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EL DOCTOR RAFAEL ALTAMIRA. …[Sin embargo] la física moderna ya no cree que las cosas de la naturaleza han de ser eternas como hasta ahora las hemos visto. El ser naturaleza ha mostrado que es tan variable como el hombre. Pero lo que me ha preocupado principalmente en el estudio de la historia es llegar a averiguar alguna cosa con fundamento... Yo he creído también que la única verdad histórica es la verdad que se ha podido comprobar, pero eso no quiere decir que sea la verdad para todos los siglos de los siglos. Exactamente lo mismo pasa en las ciencias naturales; la verdad adquirida de este modo lleva una ventaja, y es que las ciencias de ese género, las ciencias de la naturaleza en general, pueden usar las hipótesis, y han cambiado la posición de muchos fenómenos de la naturaleza. El historiador no puede usar la hipótesis para nada. Lo que me ha preocupado a mí es averiguar con una serie de pruebas o fuentes que me satisfagan por el momento, la verdad que hoy puedo conocer.
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Pero yo me pregunto si no hay una cosa humana que se estacione: lo humano es algo que se está haciendo siempre. Con la meditación y, a través de los años, con el aumento de la responsabilidad, no se cierra el espíritu a las nuevas ideas y a los nuevos movimientos, que ese es el fundamento en el oficio histórico. Ahora, el problema de la verdad histórica plantea el problema de distinguir entre historia e interpretación. En la interpretación interviene la ideología del sujeto y su orden de los valores. Pero vuelvo a hacer la misma pregunta: ¿Hay acaso algo en que la
intervención de la persona no sea ya una introducción de elementos ajenos a los hechos mismos?
La objetividad en la historia consiste en ponerse en una posición desde la cual lo mismo dé que aquellos hechos hayan existido. La objetividad consiste en que, cuando se ha estudiado una serie de hechos históricos, no se diga de ellos sino lo que se ha encontrado, no se presente sino lo que ellos están diciendo, no prefijando ningún juicio sobre su ideología.
Si llegamos al escepticismo de la imposibilidad de obtener una verdad histórica, por encima de todas las limitaciones que lleva la posibilidad de nuevas fuentes, hacemos más caso de nuestro juicio y nuestro conocimiento, lo que nosotros decimos que es nuestro conocimiento, que de la realidad tal como se ofrece en los actos mismos de la vida humana. ¿Qué diferencia fundamental hay entre un historiador y un juez en cuanto a la verdad de los hechos? El juez procura enterarse de la verdad de los hechos y sobre esta base fundarse para dar su veredicto, o su juicio, para el cual cuenta con la ley. Pero si llevamos nuestro pesimismo a la manera y crudeza que se nos pide muchas veces, nos encontramos con que no creemos en la justicia humana en el sentido de tener confianza en el juez, en el hombre que merece ser juez. Yo he sido siempre un hombre contrario a los sistemas. He dejado a mis alumnos que usen de los programas a su albedrío, pues en realidad a Roma se va por muchos caminos.
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EL LICENCIADO O'GORMAN. Quisiera tratar de concretar la discusión sobre alguno de los puntos de tal tema.
A mí me parecen bien todas las consideraciones que ha hecho el doctor Altamira: la primera estuvo de acuerdo conmigo; en otra tocó un punto que me parece de toda consideración. La cuestión capital de la objetividad. Usted fundaba esta opinión, diciendo que lo importante era decir o narrar aquello que dicen las fuentes, los documentos, etcétera. Pero yo creo esto: que los documentos son hechos y a veces contradictorios. Entonces la cuestión de la objetividad se viene por tierra. Además, un historiador ve los documentos y escribe su historia; pero otra
persona con la misma buena fe, ve esas mismas fuentes y difiere en opinión de la anterior. No sólo difieren a veces las fuentes. También difieren las interpretaciones de los hechos más comprobados. Y no sólo entre dos historiadores, sino en el mismo historiador, en dos momentos diferentes de su vida.
[…]
Tomaron además la palabra en esta sesión el doctor Isso Brante Schweide, el doctor Francisco Barnés, también el doctor Kirchkoff, el doctor Gaos y el doctor Medina... La afirmación del doctor Caso de que el historiador es un poeta, encuentra la aquiescencia del doctor Gaos. Éste afirma que ante un hecho histórico no sólo puede haber dos interpretaciones distintas y sucesivas por parte de un historiador, sino que el hecho mismo ha cambiado, en tanto que hecho histórico, y sólo permanece igual en tanto que hecho físico: documento, monumento, etc...
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SEGUNDA SESIÓN
Se nombró presidente de la misma al doctor Alfonso Caso. Acto seguido lee su ponencia:
NOTAS ACERCA DE LA VERDAD HISTÓRICA
1. Es indudable que el problema de la verdad, en materia histórica, no es un problema histórico, sino filosófico, es cuestión epistemológica, que queda comprendida dentro de la gran interrogación: ¿Qué es la verdad?
2. Desde un punto de vista epistemológico tendremos que plantearnos estas preguntas:
¿Puede el hombre conocer lo que pasa en su propio espíritu?
¿Puede conocer lo que pasa fuera de él?
La respuesta a estas dos cuestiones, es fundamental para determinar el grado de objetividad que puede alcanzar el conocimiento histórico.
3. Desde luego debemos considerar que el hombre tiene, con relación a la verdad, tres posibilidades: acertar, errar y mentir.
4. Tomemos desde luego en cuenta la última posibilidad, para descartarla definitivamente de nuestras consideraciones, por lo que se refiere al historiador, pero
no por lo que se refiere al documento que estudia. El error del historiador puede ser debido a la malicia del que redactó el documento, usando y aun abusando de la posibilidad de mentir, que el hombre posee en común con todos los seres vivos y que lees tan útil en la lucha por la existencia, para persistir y satisfacer sus necesidades sexuales y económicas (belleza aparente de machos en celo, mimetismos de ataque y de defensa).
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5. Podemos decir entonces que no nos ocuparemos sino de los historiadores de buena fe: es decir, de aquellos que creen que lo que afirman es verdadero… [pues aquellos] que mienten, es claro que entonces no son historiadores sino falsarios o, si querernos darles un nombre menos duro y más moderno, los llamaríamos propagandistas.
6. El que haya dedicado su vida a la propaganda de una idea, que no escriba Historia. Todos estamos siempre apunto de errar; él está siempre en actitud de mentir...
7. Eliminada la posibilidad de mentir, nos quedan pues las otras dos, la de acertar y la de errar. El historiador de buena fe puede entonces captar una verdad o incurrir en un error; pero con el fin de poder fijar un criterio, para saber si el historiador acierta o se equivoca, veamos primero cuáles son las etapas en la elaboración del conocimiento histórico.
8. La primera fase en esta elaboración es la formulación del hecho histórico. Se engaña… quien crea que el historiador es puramente pasivo ante el hecho histórico. En primer lugar, no es posible actualmente un historiador universal. El historiador selecciona su campo por historiar y a priori concentra arbitrariamente el foco de su interés en un hombre, un país, una época, una cultura, un aspecto social, etc.
El hecho histórico queda ya determinado entonces por el interés del historiador y no por el interés humano, que es lo que podríamos llamar objetivo, pues objetivamente, es decir fuera del espíritu, no hay hechos interesantes.
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9. En segundo lugar el hecho histórico no es perceptible por los sentidos (si lo es, no es histórico), sino que se encuentra narrado en uno o varios documentos y generalmente la narración no es idéntica en todos ellos, y frecuentemente es contradictoria. Viene entonces un trabajo de extraordinaria importancia en el historiador. Primero tiene que hacer un análisis de las fuentes y valorarlas, para saber a cuáles puede otorgar mayor confianza. Esta estimación puede fundarse en la posibilidad de información que haya tenido el autor del documento, en su cultura, en su inteligencia para percibir el hecho, en su interés al relatarlo y, por último, o si se quiere como punto previo, en la autenticidad del documento.
Todavía una segunda parte para la fijación del hecho histórico, es la tarea a la que se dedica el historiador, de deducir las consecuencias que se derivarían de las diversas posibilidades, y comprobar si ocurrieron o no. Supongamos que se trata de determinar una fecha, entre dos que se señalan como probables y que son mencionadas en dos fuentes distintas o quizá en la misma fuente; el historiador establecerá una cronología, haciendo notar que si se admite una de esas fechas, es imposible o improbable que otro acontecimiento hubiera ocurrido en la fecha en que sabemos que ocurrió. Cuantos se han dedicado a escribir historia, saben la importancia que tienen estas deducciones que dependen de la sagacidad del historiador. Vemos entonces que, simplemente para fijar el hecho histórico, el historiador interviene de un modo definitivo con sus conocimientos, con su facultad de selección y con su sagacidad.
10. Pero supongamos que el hecho histórico ya ha sido fijado y que dentro de la probabilidad a la que está sujeto todo lo histórico, podemos considerarlo como verdadero; todavía nos falta la explicación de este hecho por sus causas (que en lo histórico prefiero llamar antecedentes); la relación de este hecho con los otros pasados, contemporáneos o posteriores;
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la critica ética de las condiciones que lo produjeron y de los hombres que lo realizaron y, por último, su valor como antecedente capaz de explicar el proceso de un espíritu, un pueblo, una cultura, una ciencia o una técnica.
11. Supongamos que el hecho en cuestión, es la caída de Tenochtitlán en poder de Cortés el 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito. Lo primero que hay que determinar es si fue el 13 de agosto o el 12, día de Santa Clara, que por no estar su nombre en el calendario y "tabla general del rezado" se pasó al día siguiente, como dice Torquemada. ¿Preferimos en este caso el dicho de Cortés y Bernal Díaz o el de Torquemada? Claramente se ve que tenemos que hacer un análisis de las fuentes. Supongamos que hemos admitido como más probable la fecha 13 de agosto, por ser ésta la fecha que mencionan las fuentes que nos merecen más crédito, y que se trata de explicar ahora este hecho histórico: la caída de Tenochtitlán y con ella el derrumbamiento del llamado Imperio Azteca.
¿Cuáles fueron las causas o antecedentes que produjeron este hecho y. si son varias, en qué medida intervinieron en su producción? […] ¿fue la revancha de las naciones indígenas sojuzgadas, en contra del imperialismo azteca, que vieron la oportunidad de sacudir un yugo, sin medir la posibilidad de caer en otro? o bien, ¿fue la superioridad de una utilería guerrera, representada por los caballos, el hierro y la pólvora: o el genio diplomático y militar del Capitán, o el intento de Velázquez que, pretendiendo destruir a Cortés aumentó sus huestes, o como creían los cándidos cronistas, un designio divino que inexorablemente había de realizarse en el día y hora fijado desde toda la eternidad?
La importancia que se dé a cada una de estas causas, y a las fortuitas que intervienen también en todo hecho histórico, marcará la personalidad del historiador. Así el panegirista de Cortés atribuirá todo el honor y la gloria al Capitán, con disgusto de Bernal Díaz y regocijo de Gómara,
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y otro dirá cómo la utilería europea es la causa de la victoria, y no faltará quien haga intervenir el Apóstol Santiago, montado en un caballo blanco, como causa determinante de la Conquista.
¿Cuál sería en este caso la verdad objetiva? ¿No dependerá la importancia que un historiador conceda a una causa, de la importancia que tenga esta causa en él mismo, en su clase, en su época, en su cultura? ... ¿Podrá un historiador liberal y burgués de nuestro siglo entender lo que representaba la limpieza de
sangre en la Europa feudal? Y por entender quiero decir sentir, más que concebir. ¿Podremos los ateos entender la importancia del sentimiento religioso en las culturas asiáticas y americanas? ¿Daremos a estos antecedentes la importancia que realmente tuvieron?
12. Lo que se puede pedir al historiador no es que diga lo que realmente pasó, pues esto nadie puede afirmarlo; sino que abandonando hasta donde pueda sus propias ideas, prejuicios o intereses, procure adentrarse e identificarse con el mundo que nos revive y explica. Y será gran historiador si logra hacerlo; pero nunca podremos estar seguros de que lo ha realizado.
¿Quiere esto decir que la historia debe escribirla el contemporáneo del hecho que narra?; ¿la mejor historia es la crónica? El cronista tiene las mismas ideas, sentimientos y Prejuicios de la época en la que el acontecimiento sucede; pero precisamente por eso, está en una situación muy desfavorable para valorar los antecedentes de los fenómenos. Padece bajo el poder de la moda" y creerá que un bello discurso provocó una situación histórica o que las curvas estadísticas sobre los precios del carbón, el acero y el petróleo, explican por qué los jóvenes dejan sembrados sus cuerpos en los campos de batalla.
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Ni siquiera el documento privado, que no se escribió con el fin de hacer historia, es objetivo; indica solamente lo que creyó el autor del documento sobre un hecho, un hombre, una acción y hasta sobre él mismo. ¿Habrá alguien que no esté más o menos atacado de bovarismo y que se conciba realmente como es? Pues si nos engañamos con frecuencia sobre el motivo de nuestras propias acciones, ¿cómo podremos estar seguros de los motivos que tengan nuestros prójimos, sobre todo cuando nuestros prójimos son tan lejanos? La verdad histórica, volvemos a comprobarlo, es sólo probabilidad.
13. Pero todo hombre que conoce las acciones de otro, las juzga. Además del ser que sucedió (¿cómo y por qué?) está el deber ser (¿debió suceder?). Todo historiador, quiéralo o no, es un juez —como decía el doctor Altamira la otra noche—, ¿pero aplicará para juzgar una ley derogada o la ley actual? ¿Aplicará para juzgar sus prejuicios de familia, de clase, de nación, de cultura, o juzgará
con los prejuicios de la época, de la clase social, de la cultura a la que pertenecía el rey, el santo o el mártir que está juzgando? ¿Alabará al que defendía la autonomía del feudo o al rey que trataba de destruir los feudos?...
Si es difícil ser un juez justo, cuando el acusado y el juez admiten la misma moral, cómo no seria difícil (he tachado imposible) ser justo, cuando el juez y el acusado hablan idiomas morales separados por siglos de prejuicios.
Aquí también la misión del historiador es comprender y será gran historiador si lo logra, y gran psicólogo, pero no podemos estar seguros de que lo haya conseguido.
Su obligación es creer que lo ha conseguido; pugnar por la imparcialidad, por la objetividad. No es historiador el que a sabiendas falsea el hecho; el que oscurece las pruebas; el que determinadamente cierra su espíritu para no comprender los móviles de las acciones de los otros hombres:
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y si es sincero, debe creer que ha acertado; pero estar convencido de que su reconstrucción es un esquema de lo que realmente sucedió. Y si digo un esquema, no es porque menosprecie la verdad histórica y la considere como algo totalmente diferente de la verdad vulgar o de la científica, sino porque creo que toda verdad es esquemática con relación a su objeto, y lo que en la vida vulgar o en la ciencia es un esquema, por ser una falsa igualación de semejanzas con un fin utilitario, en la historia es una esquematización del hecho histórico, para hacerlo inteligible, para despertar en nuestro espíritu reacciones semejantes a las acciones que fueron sus causas. Esquematizar el hecho para entenderlo, tal es la misión del sabio y la del historiador.
14. Por último, el historiador no se conforma con explicar el hecho histórico por sus antecedentes. Su misión, como la de todo conocimiento, es servir al presente y al futuro. Él desea explicar el presente en función del pasado. Desea que los hechos que suceden todos los días queden aclarados por sus antecedentes: porque sabe que la vida que anima el cuerpo de la sociedad moderna está sostenida por el esqueleto del pasado, y que no hay un solo fenómeno social:
lengua, religión, política, derecho, modas, costumbres, virtudes y crímenes, que no pueda explicarse por su historia.
¿Cómo los hechos históricos, los antecedentes históricos han influido en los hechos actuales: qué importancia han tenido las causas sociales e individuales en la producción actual del fenómeno social? Aquí también interviene la personalidad del historiador concediendo mayor o menor importancia a los factores del hecho: el medio, la raza, la guerra, la economía, la religión, los grandes hombres, el espíritu del pueblo o "la nariz de Cleopatra".
El historiador que da profundidad al presente, injertándolo en el pasado y aquel que funde el pasado y el presente en un programa para el porvenir, es el político. Es el que desea prever la trayectoria de su pueblo y modificarla de tal modo que, sin divorciarse del ser, realice el deber de ser. Es el que tendiendo la mirada sobre los hechos históricos,
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trata de descubrir en ellos causas permanentes, factores constantes, que al igual de las causas físicas, provoquen resultados siempre iguales; es en suma el que esquematizando el hecho histórico, le hace perder lo que tiene de concreto, de personal, y lo transforma en un caso particular de una ley, que volverá a repetirse, de acuerdo con el principio de causación, cuando se repitan las mismas condiciones. Si queremos considerar que su actividad es abstracta, llamémosle sociólogo; si queremos insistir sobre su actividad concreta, llamémosle político. En uno y en otro caso, su actividad estará fundada en el principio de que causas iguales producen iguales efectos.
Sólo que en la historia, menos que en ninguna otra parte, el principio de la causación nunca se realiza; porque la causa es tan compleja, tan concreta, tan personal, que es histórica; es decir, que a menos de que admitamos la pesadilla del eterno retorno, nunca más volverá a presentarse.
Y no es que yo admita que es más personal y más concreto César que una rosa. Pero la ciencia y la historia las hacemos los hombres y no las rosas, y las infinitas vicisitudes en la vida de la flor, y las complejísimas causas que motivaron el que cayera hoy y no ayer uno de sus pétalos, no nos interesan. La rosa es un objeto
de ciencia, puesto que sólo vemos en ella lo general, lo abstracto, aquello precisamente que no la distingue de otros individuos de su especie; mientras que en César nos interesan sus actos y sus pensamientos y es precisamente por ser personales, es decir, diferentes, por lo que caen de un modo individual en el campo de la historia.
O lo que es lo mismo: Ciencia e Historia son dos métodos diferentes de entender la realidad. Aplicar uno u otro de estos métodos no depende del objeto mismo, sino de nuestro interés humano. Podemos si queremos hacer la historia de un guijarro, y podemos también reducir la vida de los hombres, como decía Anatole France, a esta simple frase: "nacieron, sufrieron, murieron"; pero nuestras preferencias individuales serán pueriles, si no coinciden con un amplio interés humano.
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Podríamos decir que si Ciencia e Historia son dos métodos diferentes para entender, usamos el método científico, cuando consideramos que los fenómenos no son interesantes individualmente; cuando lo que deseamos es encontrar en ellos sus semejanzas y fundir éstas en la identidad de la ley, a reserva de utilizar más tarde los coeficientes de inexactitud, cuando tratamos de aplicar la ley a la realidad, que de este modo se venga de nuestro esquematismo.
En cambio, cuando lo que nos interesa en el fenómeno es precisamente su individualidad, ya sea que se trate de un hombre, de un país, de una época o de una cultura, las semejanzas que existen entre ese fenómeno y los actuales, incluyendo nuestro propio espíritu, nos sirven para entender el hecho, pues si fuera completamente sui generis, no lo entenderíamos; pero sus diferencias, de las que no podemos prescindir, nos llevan a emplear, para conocerlo, el método histórico y no el científico.
¿No hay pues en la historia una verdad objetiva, eterna, inmutable? Así formulada, es una pregunta ingenua. ¿Hay alguna verdad no formal, que sea eterna e inmutable? ¿Debemos entonces proclamar un escepticismo corrosivo y declarar que la verdad histórica no existe, sino que es relativa al historiador a tal punto que hay tantas verdades históricas como historiadores? Así concebida, la
pregunta es exagerada. No, no podemos dudar seriamente que Hidalgo era cura de Dolores o que Bucareli fue virrey de Nueva España. Pero si se trata ya no del hecho histórico, sino de su explicación y valoración, que son actividades subjetivas, sería inútil pedir una objetividad absoluta.
Nos parece ahora descubrir que la historia, considerada en grandes periodos, es la realización de la lucha del hombre por alcanzar su liberación. La lucha contra sus enemigos: el hambre, el miedo, la miseria, la explotación, la tiranía, la ignorancia y el fanatismo. Es la suma de los anhelos individuales por ser, por cumplir con lo que en cada hombre hay de humano.
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Pero no podemos ignorar que durante largos siglos el hombre parece que reniega de sí mismo, que pone en manos de otros hombres su derecho a" vivir y a pensar. Creemos descubrir en la historia un sentido no trascendente al hombre, sino inmanente a su propia naturaleza. Puesto que es un ser consciente, pugna por su propio bien, por la afirmación de su personalidad, por la realización íntegra de lo que es humano; por eso lucha contra la miseria y la explotación; contra la ignorancia y los prejuicios; contra la injusticia y la tiranía. Y éste es, quizá, el único criterio objetivo en la gran marcha histórica de la humanidad; lo que justificará, a pesar de todo, esta perturbación de la Naturaleza que llamamos: el Hombre.


José Gaos

EL DOCTOR JOSÉ GAOS. Resume su punto de vista, expresado en la sesión anterior, leyendo la nota siguiente:
[…] ni las distintas realidades históricas, ni siquiera los distintos historiadores, son tan distintos como para que entre ellos no haya unidad alguna. Entre los distintos historiadores, como en general entre los distintos hombres, ha de haber siquiera un mínimo de unidad, sin el cual sería imposible, el hecho de que se comunican y entienden, siquiera parcialmente.
La cuestión sería, pues, elaborar una teoría de la unidad y pluralidad de la realidad, incluyendo, naturalmente, los sujetos, capaz de explicar el doble hecho de que estos sujetos en parte coinciden y en parte discrepan. Esta teoría sería
la única capaz también de hacer justicia al historicismo y a la vez de superarlo, precisando sus límites y correlativamente aquellos dentro de los cuales es posible una verdad válida para más de un sujeto.
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[…]
En general, la circunstancia de que una realidad no sea dada o asequible sino a un sujeto no descarga a éste de ninguna de las obligaciones que pueda tener respecto a ella...
EL DOCTOR KIRCHKOFF. El doctor Caso dijo que hay que distinguir tres tipos posibles de hombres. Me parece que también hay que distinguir varios tipos de verdad. No debernos oponernos a la idea de que hay una verdad absoluta: me parece que tanto O'Gorman como Caso se han colocado en una posición con la cual yo no estaría de acuerdo.
Se podría decir que la base de nuestra actitud hacia el universo es que hay una realidad que existe a la cual nosotros tratamos de aproximarnos; pero esta continua aproximación, por desgracia, no se realiza en línea recta sino andando con frecuencia un paso adelante y dos atrás. Me Parece que aquí se plantean dos problemas: por un lado, qué es exactamente lo que queremos saber, qué son esos famosos hechos de que se habla; y por otro, cuál es la finalidad de lo que hacemos. El doctor Caso manifestó, al dar término a la lectura de sus notas, que con ello dejaba contestado lo dicho por mí la última vez,
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pero yo creo que no contestó precisamente la cuestión por la relación que existe entre la historia como ciencia y la política...
Pienso que es una idea un poco anticuada la de que la historia humana no es comprensible sino concibiéndola como dividida en grandes etapas que tienen determinada estructura económica, estructura social, jurídica y una serie de instituciones, creencias y costumbres que corresponden a este conjunto. El punto básico en mi pensamiento frente a la historia, y los presentes saben muy bien que no soy un historiador sino un etnólogo, es que nuestra aspiración debe ser entender las tendencias históricas dentro de estas grandes agrupaciones de
fenómenos, es decir, para usar un término concreto, las tendencias de desarrollo dentro de nuestra sociedad moderna, o lo mismo en otras sociedades anteriores.
Solamente concibo de esta manera el problema de la historia y la búsqueda en el fondo empieza con la verdad. Solamente de este modo podemos llegar a algo que es más que una mera serie de acontecimientos, cada uno conocido por otros hechos, por causas y efectos. Pues lo que necesitamos es encontrar, dentro de determinada característica, una relación de desarrollo. No se trata de considerar la historia como una serie interminable de acontecimientos aislados. La repetición absoluta de acontecimientos, claro es que no existe; yo creo que ya no es necesario combatir esa idea, pues me parece una idea muerta.
Existe el problema fundamental de la búsqueda de la verdad histórica. Esta búsqueda es de la verdad de grandes líneas de desarrollo, dentro de determinadas etapas del conjunto de la humanidad; no es en sí la búsqueda de la verdad acerca de un acontecimiento individual y sólo puede ser interpretada dentro de un conjunto.
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El último punto que me interesa subrayar, es que la idea de la imparcialidad, de la objetividad, es también un punto que la historia y el pensamiento han ganado hace mucho tiempo. Me parece que se ha presentado una idea que, para mí, es bastante peligrosa. Se afirma que cualquier historiador parcial representa las ideas, la tradición, etc.; pero esta idea se ha formulado de tal manera que de hecho parece que el individuo historiador está frente al acontecimiento, frente a la época histórica. De hecho, el historiador es simplemente el exponente de un grupo social. Toda esta cuestión de si un historiador puede ver la misma realidad, en diferentes momentos de su historia individual, de dos maneras distintas, es simplemente el reflejo de que el historiador vive dentro de un mundo en continua pugna.

Notas
1 Texto tomado de Filosofía y Letras, tomo X, núm. 20, octubre-diciembre de 1945, pp. 245-272.

2 Matute Á. (1981) La teoría de la historia en México (1940-1973), SEPSETENTAS núm.126, pp. 32-54. 

domingo, 26 de julio de 2015

El conocimiento histórico como rompecabezas: a treinta años de Teoría de la historia de Ernesto Schettino Maimone


Por Enrique Esqueda Blas
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM

En 1985 el profesor Ernesto Schettino —quien llegaría a ser un connotado académico marxista, formador de generaciones e integrante del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM— daba a la imprenta la primera edición de su manual Teoría de la historia. En su cuarta edición, correspondiente a 1993, presentaba un formato pequeño de 9.3 por 16.8 cm. En ella disertaba en 68 páginas sobre qué es la historia, la naturaleza del conocimiento histórico, la realidad histórica, las posibilidades de una ciencia de la historia y los usos de ésta. Su obra cerraba con algunas preguntas (evidencia patente de los fines didácticos que movían a su autor) y una bibliografía de veinte estudiosos, varios de ellos, referencias obligadas en el tema. Es difícil hacer un balance justo de un trabajo que no aspiraba a innovar, tanto como a comunicar y servir de introducción a los estudiantes preparatorianos sobre la complejidad del saber histórico. Hoy tal vez lo podemos leer así: se trata de un ensayo fundamentado en el paradigma del materialismo histórico, que pese a la crisis que como modelo explicativo experimentó en las ciencias sociales —debido a la caída del socialismo real europeo— su escritor se mantuvo de principio a fin convencido en una tradición académica. En las clases sobre teoría del conocimiento, Grecia y Roma, que tuve el honor de escucharle a mi maestro a finales de los años noventa, parecía que el tiempo y la realidad no habían doblegado su espíritu para hacerlo cambiar su discurso, que conservaba en viejas, amarillentas y frágiles hojas de papel. Schettino, tal vez, como Adolfo Sánchez Vázquez, pese a sus diferentes praxis políticas, tenía la certidumbre de que más temprano que tarde, las nuevas generaciones habrían de volver a un sistema que había intentado dar una explicación total de la realidad y dotado de esperanza a millones de seres humanos. No se equivocó. El marxismo continúa siendo una de las corrientes de pensamiento teórico más fructíferas que conviene revisitar.
No pretendo hacer aquí una reseña bibliográfica puntual, sin embargo trataré de sintetizar algunas de las posturas del académico destacando aquellas que me parecen más relevantes. En primer lugar, Schettino se inclinaba por una historia donde los conceptos tuvieran un respaldo empírico, que los llenara de contenido. En segundo lugar atribuía al historiador una actitud “abierta y crítica, a la vez que rigurosa”, que lo colocara en un punto intermedio entre el esquematismo, la especulación y la recopilación documental exhaustiva (Shettino: 1993, “Presentación”). Para él, el término de historia, procedente del griego, remitía a la investigación y a la averiguación, distinguiendo entre los usos comunes del mismo en el habla cotidiana, y sus usos en obras de consulta, donde detectaba significados diversos y a veces equívocos. Esto se debía a que implicaba hechos y narración de los mismos, ya fueran reales o ficticios, particulares o generales, relevantes o irrelevantes, además de asociarse a una forma de conocimiento. Acto seguido definía a la historiografía como “las distintas formas de relatar por escrito las diferentes realidades históricas” y a la Filosofía de la Historia y la Teoría de la Historia como encargadas de responder al cuestionamiento de qué es la historia (Shettino: 1993, p. 4). La primera más especulativa y la segunda con ciertas aspiraciones de cientificidad. Para despejar la pregunta central del libro había que acudir a la teoría del conocimiento de lo histórico y a una metodología que diera claridad a qué podía entenderse por realidad histórica y los problemas que presentaba con relación a la naturaleza, los factores que permiten hacer una interpretación del movimiento histórico y las épocas históricas o los vínculos entre individuo y sociedad, grupos sociales, la conciencia, la economía, la política, la religión y el arte. En suma, había que intentar una respuesta a qué características debe tener el conocimiento histórico para ser científico y la utilidad de éste en términos prácticos.


Para Schettino las relaciones entre sujeto que conoce y objeto que es conocido representaban la base del saber. Sin embargo, no era necesariamente en los factores bioquímicos que había de entenderse atendiendo otros elementos como tecnologías, condiciones político-sociales, e incluso, obstáculos religiosos, que podían limitarlo. Simplificado al extremo, esta idea sobre el conocimiento llevaba implícita y explícitamente el contexto y dejaba claras las diferentes formas de percibir y explicar el mundo a través del tiempo. Sin duda uno de los apartados más valiosos del libro es el referente al asesinato del presidente de los E.U.A., John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. Por medio de él trató de caracterizar el conocimiento histórico tomando en cuenta la pluralidad de actores, en calidad de testigos, quienes habían tenido un “conocimiento inmediato y directo”, que debía cuestionarse en términos de percepción y verdad (Schettino: 1993, p. 17). Para él, la percepción era relativa a la colocación de los actores, de ahí que ésta tendiera a su modificación debido a “sus condiciones biológicas, su estructura mental, sus experiencias previas, su imaginación, su educación, su lenguaje, sus intereses, sus emociones” (Schettino: 1993, pp. 17-18). A lo anterior añadía expresiones de carácter emotivo, asociaciones de hechos y la selección de conceptos bajo los cuales leer lo ocurrido, en este caso, como asesinato político. Así, un mismo hecho podía mostrar variaciones dependiendo de los sujetos, por ello no era deseable dar a esta clase de percepción, calidad de conocimiento verdadero y objetivo. Para alcanzar ese grado se requería tomar en consideración los testimonios y las distintas evidencias que del hecho se conservaban como registros (foto, cine, prensa, televisión), además de informes policíacos, la biografía de Kennedy… Acto seguido, había que considerar el hecho en todas sus posibles explicaciones causales, para intentar explicarlo. Pero ni fuentes ni hipótesis serían suficientes sin “modelos de interpretación adecuados, de lógica y de suficiente objetividad”, ya que esto nos daría “una imagen confusa y caótica de los hechos, una falsa interpretación de los mismos y/o una mera opinión subjetiva” (Schettino: 1993, p. 20). Por ello, pensando metafóricamente, los datos de un hecho equivalían a piezas de un rompecabezas, que si bien eran conocimiento, debían integrarse en “un conjunto coherente” (modelo explicativo), que sirviera para que encajaran sin ser forzadas (Schettino: 1993, p. 21). La riqueza de la ejemplificación de cómo se construye el conocimiento histórico radica en ver los datos como abstracción o característica aislada mentalmente de un hecho (que se selecciona y se concibe como totalidad concreta). Esto equivale a buscar determinaciones esenciales en los hechos respecto a lo accidental y accesorio. De esta manera las representaciones de los historiares respecto a los hechos deben corresponder a los datos sobre los mismos y encontrar en ellos su confirmación o rechazo; solo así es posible determinar la veracidad histórica. 
Por otro lado, Schettino nos hace replantearnos la imposibilidad de la experimentación en la historia, ya que, si bien la niega, dado que todos los hechos son únicos e irrepetibles, afirma que todo hecho “contiene determinaciones y relaciones que son comunes a otros hechos del mismo tipo las cuales nos permiten entre otras cosas, conocimientos generales y conceptos universales” (Schettino: 1993, p. 24). Es decir, la experimentación sería dable en la historia gracias a las fuentes históricas vía para la comprobación de la verdad de un hecho histórico y base para “«experimentar» cuantas veces queramos” (Schettino: 1993, p. 25) con el mismo, en concordancia con los métodos históricos disponibles en el momento de análisis, y las interpretaciones que pueden darse en el marco de un proceso histórico más amplio. Sin duda una proposición provocadora a profundizar.
Lo que sigue en el libro grosso modo es una presentación de la teoría materialista de la historia en su dialéctica y motores históricos. Más ricos en cuanto a la visión personal del autor son sus capítulos sobre la historia como ciencia y los servicios que puede prestar. En el primer rubro trata a las ciencias físico-matemáticas como el paradigma en este campo haciendo de las demás, en cierto sentido, imitadoras. Ello debe llamar la atención sobre el riesgo de rezago en el desarrollo de métodos y conceptos disciplinares propios, por lo que se rechaza la simple asimilación y trasplante de supuestos de un terreno a otro, y se subraya la centralidad del pensamiento crítico (como una característica común a la ciencia). Agrega entonces que la subjetividad del historiador tampoco debe ser un punto de descalificación de la historia, ya que la conciencia de nuestras determinaciones y la teoría permitirían superar este obstáculo. Respecto a otras objeciones, la historia aunque terreno de lo particular, puede elaborar generalizaciones, establecer relaciones de causalidad, participar de las ciencias sociales y procesar datos objetivos y comprobables. Mientras que el segundo punto se clarifica dando cuenta de la historia como memoria y conciencia del devenir para entender el presente; así como placer erudito y saber politizable.
Puede decirse entonces, a manera de conclusión, que la original de Teoría de la Historia, a tres décadas de su primera impresión, estriba más en las operaciones historiográficas a las que alude, que propiamente a la teoría del conocimiento y el materialismo histórico. Como fuente, en sí, podemos encontrar en ella preocupaciones y enfoques de otro momento, muchas de las cuales han girado radicalmente, pero que, pese a ello, constituyen un lugar de partida para renovadas polémicas sobre lo histórico.

Fuente:
Schettino, E. (1993), Teoría de la historia, 4ª. ed., México, UNAM, ENAP-Dirección General, 68 pp. (Manuales preparatorianos; 4).


miércoles, 22 de julio de 2015

La historia como ciencia posible: una lectura de Pierre Vilar


Por Enrique Esqueda Blas
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM

De acuerdo con el historiador francés, Pierre Vilar (1906-2003), en su entrada dedicada al vocablo “Historia”, ésta es tanto una materia, como el conocimiento que puede tenerse de ella. Es decir, en su segunda acepción, es un conjunto de hechos pasados susceptibles de ser observados, narrados y transmitidos. Para Vilar, la historia ha tenido popularmente las designaciones de maestra, tribunal político y recuerdo colectivo. Cada una de estas variaciones obliga a pensar en la capacidad disciplinar —diríamos, real o supuesta, deseable o indeseable— de extraer lecciones del pasado y emitir juicios morales. Esto implica determinaciones sobre cómo se investiga y verifican hechos; pero también, tener en cuenta las implicaciones políticas del pasado, en cuanto qué se rememora, cómo y por qué, y sus nexos con luchas concretas entre actores sociales, que derivan en hegemonías y eliminaciones historiográficas.
Conviene señalar que un rasgo particular de la historia como saber científico es abocarse al acontecer humano, ciertamente entendiendo mitos, pero podemos suponer, excluyendo explicaciones metafísicas. De ahí que para Vilar la historia sea “ciencia del tiempo”, un saber racional, crítico, problematizador y analítico, que busca tener un respaldo objetivo en vestigios y experiencias colectivas; que sirve para explicar sistemáticamente relaciones entre hechos, y ayuda a los actores a toman conciencia sobre la dinámica de las sociedades. De ahí que nuestro campo tenga contacto con la política y la ideología y se preocupe por desentrañar los mecanismos de los hechos sociales (pasados y presentes) teniendo estrecha relación con la sociología.
Para el profesor, sociología e historia habrían tomado rumbos distintos en el siglo XIX y principios del XX, momento en que una de estas formas de conocimiento se hizo generalizadora y otra se enfocó en el terreno de los acontecimientos y las lecturas empíricas. Vilar muestra por medio de una síntesis apretada de historia de la historiografía, como campo cada vez mejor definido y profesional, que no son las causas inmediatas las que le incumben a la historia, sino las profundas, las que están en su raíz y las que permiten analizar conexiones. De ahí que confiera a ese abordaje un carácter científico, ya que se ha de buscar una interpretación global y lo mejor fundamentada posible, en información que no tuvieron los contemporáneos.
De esta forma, la historia es para Vilar, una ciencia posible (en vías de construcción) como saber razonado y no como verdad absoluta, prejuiciosa o estudiosa de una materia muerta. Aunque ciertamente éste es un posicionamiento que se enfrenta a dos problemas graves: la subjetividad y los usos políticos del pasado. Respecto al primero la única respuesta, que me parece posible deducir, es que el historiador se perdería en los documentos de no tener una pregunta clara, con la cual indagar al pasado, así como hipótesis en las cuales sustentar su obra. Si a eso sumamos que su modelo requiere de tomar en cuenta las complejas interacciones entre economía, masas y civilizaciones, entonces observamos que habría controles para encaminar a la historia hacia una ciencia que pusiera su acento en comprender cambios y permanencias, conscientes e inconscientes, de los más diversos tipos. A ello puede agregarse el diálogo interdisciplinario y el uso de métodos y técnicas de procesamiento y análisis de datos cuantitativos; además del equilibrio que las interpretaciones históricas deben tener respecto al contraste de evidencias y las determinaciones sobre las intenciones de los actores. 
Los usos políticos del pasado se entienden como una realidad directa o indirecta del oficio de historiar; de alguna manera, pienso, un reto que la ciencia ha tenido que enfrentar, aunque intente objetividad y neutralidad. Una ilustración de ello es el desarrollo de los saberes atómicos que derivaron en el empleo de un arma de destrucción masiva en contra de la población civil japonesa. Por lo anterior, valdría la pena recordar lo sostenido por Luciano: el historiador ha de dudar de los diversos dichos, ser fiel a la verdad, escribir con sencillez y negarse a la adulación de los poderosos, tal vez con ello dispondríamos, cuando menos, de una historiografía más independiente y liberadora.

Fuente:
Vilar, P. (1999), Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Madrid, Altaya, pp. 15-47.

lunes, 20 de julio de 2015

Ciencias sociales: problemas metodológicos y su relación con la historia



Por Horacio Ortega Chacón
Estudiante de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM

El modelo utilizado en la enseñanza de la historia y el concomitante problema de reprobación estudiantil puede reflexionarse tomando en cuenta el desarrollo que han tenido las ciencias sociales, la información que nos aporta el siguiente ensayo sugiere una posibilidad del por qué existe cierta apatía para el estudio de la historia. Aquí presento algunas ideas del texto "Desarrollo de la metodología en ciencias sociales en América Latina: posiciones teóricas y proyectos de sociedad" tomado de la revista digital Perfiles latinoamericanos de la Flacso.

A partir de las nuevas preocupaciones teóricas como la referente al desarrollo económico, emergió la necesidad de enfrentar problemas metodológicos que se derivaban del enfoque de la dependencia, que ponía el acento en el análisis histórico. La metodología de las ciencias sociales estaba fuertemente dominada por las técnicas de survey, que entre otras cosas, se caracterizaban por ser esencialmente estáticas. Si bien existía ya en la bibliografía la idea de la encuesta de panel, aún estábamos lejos de los desarrollos teóricos, de los métodos de análisis y de las posibilidades de procesamiento de las que disponemos hoy. El estudio estadístico de series de tiempo se reducía a la identificación, diferenciación y cuantificación de la tendencia, las fluctuaciones estacionales y las variaciones cíclicas e irregulares. Los poderosos métodos con que contamos hoy, encapsulados en los programas que procesan las computadoras personales, para tratar eventos cronológicos, aún estaban en una etapa inicial. Es decir, se trató a la historia como una disciplina pasiva coartando su carácter esencialmente integro, al reducir su estudio al simple repaso de fechas y personajes, sin considerar las secuencias y las relaciones causa-efecto, que son las que permiten la comprensión del pasado. Aunque el procesamiento de datos, a partir del uso de software y programas de análisis de datos, lo único que nos ofrece es información cuantitativa y que poco nos explica sobre los sucesos y causas que generaron cierto acontecimiento, éstas herramientas nos sirven para situarnos en cierto tiempo, por ejemplo cuando buscan alguna información o acontecimiento para alguna investigación. A veces sólo basta con teclear una palabra clave sobre un portal de información y la fecha para obtener documentación más precisa.

Por otro lado, nuevos problemas de investigación provocaron un cambio de contenido en la metodología de las ciencias sociales. Una parte de la exploración en busca de métodos que ayudaran a responder las preguntas que se formulaba la investigación social, se volcó hacia el estudio de la filosofía de la ciencia y de la epistemología. Otro camino que se ensayó fue la lectura metodológica de las investigaciones realizadas por los autores clásicos. Una de las causas por el hartazgo hacia el estudio de las ciencias sociales, lo expone el autor, al hablar sobre las disputas derivadas de las imposiciones políticas. La metodología de las ciencias sociales suele conceptuarse como un campo disciplinario provisto de su propia lógica interna. En este ensayo se muestra que a pesar de ello, al examinar las disputas metodológicas que han tenido lugar en América Latina en los últimos sesenta años (así como las teóricas), se observa que han sido influidas por las luchas políticas por imponer proyectos de sociedad alternativos. Política, teoría y metodología han estado fuertemente imbricadas. Se plantea que hasta fines de los sesenta la metodología era equivalente a técnicas de encuesta. En los setenta y parte de los ochenta se redefinió por la preocupación de comprender el cambio estructural desde una epistemología con fuerte acento marxista. A raíz de las crisis de los ochenta y las consecuentes restricciones presupuestarias sobre la investigación académica se ha observado una tendencia a limitar la metodología a un conjunto de herramientas y técnicas de investigación, y a discutir conceptos desprendidos de sus cuerpos teóricos, ocultando así la diversidad de enfoques y propuestas políticas.

Esta investigación afirma que aún siguen vigentes en el estudio de las ciencias sociales estas pugnas e imposiciones, que hoy en día, de acuerdo a la experiencia de trabajo con niños y jóvenes, confirmo la existencia entre los estudiantes de cierta aversión por el estudio de la historia. Los triunfalismos de unos y otros han hecho que grupos de la sociedad se desentiendan del análisis crítico de lo que representa la historia y es común escuchar opiniones de maestros en las que hacen referencia a que la historia la escriben sólo los ganadores; imagen errónea de lo que debiese ser el análisis de las ciencias sociales, pues no se trata de quién es más,
sino de entender los mecanismos de la sociedad de la cual formamos parte.

Fuente: 
Fernando, C. (2015), "Desarrollo de la metodología en ciencias sociales en América Latina: posiciones teóricas y proyectos de sociedad", Perfiles latinoamericanos, vol. 23, núm. 45, pp. 181-202, en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-76532015000100008&lng=es&nrm=iso&tlng=es, consultado el 20 de julio del 2015.

lunes, 13 de julio de 2015

Presentación



Este espacio se centra en la reflexión de aspectos teóricos, filosóficos, metodológicos e historiográficos, que pueden fortalecer la formación de estudiantes de licenciatura en historia, de la ENAH y la Especialidad en Enseñanza de la Historia de la UnADM. En él veremos distintas aproximaciones a la definición, carácter disciplinar, preguntas y funciones de historia. Partiremos de conceptos básicos que sirven de coordenadas para su práctica, tales como tiempo, espacio, actor social, estructura, clase social, periodo, contexto, hecho histórico, proceso, cambio, sentido, motor histórico, conciencia y memoria histórica. Repasaremos la naturaleza de la investigación histórica y debatiremos sobre las particularidades del conocimiento del pasado tomando en cuenta la manera en que se conoce en las ciencias, ciencias sociales y humanidades. Observaremos cómo se produjo la institucionalización y profesionalización de la historia académica desde el positivismo e historicismo hasta los actuales modelos de historia del tiempo presente, word y big history. Para contrastar el mundo de las universidades atenderemos la emergencia de la historia oral y public history prestando atención en los usos sociales del pasado. De igual modo propiciaremos las intersecciones entre historia, literatura, antropología y sociología dando a nuestro campo una perspectiva interdisciplinaria. El sitio está abierto a tus comentarios y sugerencias, así como a tus aportaciones. Para establecer contacto puedes escribirme al correo electrónico: elcampomarte@gmail.com, me dará mucho gusto leerte. 

Enrique Esqueda Blas