Resabios: teoría, filosofía, metodología y escritura de la historia
Blog dedicado a las discusiones pasadas y recientes sobre el oficio de historiar
viernes, 26 de mayo de 2017
miércoles, 5 de agosto de 2015
Edmundo O'Gorman, Alfonso Caso, Ramón Iglesias y otros, Sobre el problema de la verdad histórica (1945).1
Edmundo O´Gorman
Organizadas
por la Sociedad Mexicana de Historia, se celebraron en El Colegio de México,
durante el mes de junio de 1945, tres sesiones dedicadas a debatir [sobre el
problema de la verdad histórica]… El texto que se da a continuación lo
constituyen las ponencias que se presentaron por escrito y algunas noticias
sobre las diversas intervenciones.
[…]
El
licenciado Edmundo O'Gorman, después de explicar los antecedentes que
originaron la idea de celebrar estas sesiones, da lectura a su Ponencia,
titulada:
CONSIDERACIONES
SOBRE LA VERDAD EN HISTORIA
"La
historia es enterrar muertos para vivir de ellos."
(La
agonía del Cristianismo. UNAMUNO.)
1.
El propósito de esta breve ponencia es ofrecer al debate unas cuantas ideas
acerca del modo en que debe entenderse el problema de la verdad en Historia.
p.
32
No
pretendo exponer nada que pueda llamar original mío: apoyado en las huellas que
me dejaron muchas lecturas (…) y en recuerdos de gratísimas conversaciones con
mis amigos, he intentado contrastar en los supuestos más íntimos, la postura
tradicional cientificista y la postura contemporánea historicista,
conformándome con presentar en forma esquemática la cuestión que va a
debatirse.
2.
Nuestra época, como
todas las épocas llamadas de crisis, presenta el espectáculo de una lucha
violenta entre unas creencias que constituyen la
tradición inmediata y otras creencias que
forman el nuevo programa. Éstas pugnan por substituir a aquéllas… la postura
contemporánea, hostil a la tradición, consiste en tener conciencia de lo
histórico en un sentido nuevo y radicalmente revolucionario.
La
postura tradicional… en términos generales, consiste en el esfuerzo por
asimilar la historia a las disciplinas científicas, y primariamente a las
ciencias físicas y naturales. Esto quiere decir que se ha intentado constituir
la historia en ciencia rigurosa, fundamentándola en idénticos supuestos... En
suma, para esta manera de pensar no hay diferencia esencial entre conocer el
pasado humano y conocer cualquiera otra realidad.
p.
33
Se
trata, pues, de una escuela que gusta concebirse a sí misma como realista...
[Desde]
ese intento de asimilación o identificación entre esa realidad que es el pasado
humano y cualquiera otra realidad (…), se verá que el pasado humano, al igual
que la Luna, resulta una realidad independiente de nosotros, de nuestra vida.
Se trata entonces simple y sencillamente "del pasado'', de un pasado
cualquiera; pero no de "nuestro pasado''...
3.
El intento de constituir la Historia en una ciencia supone, ya lo vimos, que el
pasado es una realidad esencialmente idéntica a cualquiera otra realidad...
semejante supuesto descansa en la creencia de que nuestro ser, el ser humano al
igual del ser de todas las cosas es algo fijo, estático, previo, siempre el
mismo, invariable… por eso se ha venido hablando sin dificultad, desde
Aristóteles y aun mucho antes, de la naturaleza de la piedra, de la naturaleza
del animal y de la naturaleza del hombre, como si se tratase en esencia de un
mismo concepto…
Si
se cree que el hombre tiene un ser fijo… o invariable, síguese necesariamente
que su pasado ni le va ni le viene; es un puro accidente; le es radicalmente
indistinto, en suma, le es ajeno.
p.
34
… [En] la postura tradicional
cientificista en Historia, ese pasado que estudia y que intenta conocer es algo
independiente al ser del hombre, y más concretamente, al ser del historiador.
No se trata pues, como dije, de "su pasado'', sino "del pasado",
de un pasado cualquiera.
4.
[Así], la tarea del historiador queda necesariamente sujeta a dos exigencias o
pretensiones capitales. La primera consiste en la tradicional pretensión de la
imparcialidad del historiador... La segunda exigencia es la de pretender
conocer en su totalidad el pasado humano. En efecto, puesto que
el pasado es una realidad independiente, todos y cada uno de los hechos del
pasado, desde los más importantes hasta el más mínimo detalle, reclaman con
idéntico derecho el ser conocidos en la visión total del saber histórico. Cualquier
omisión, intencional o no, es ya una selección indebida, porque equivale a
permitir que intervengan las circunstancias personales del historiador, con
notoria violación, inconsciente o no, de la exigencia de su estricta imparcialidad...
Aspira,
pues, la escuela tradicional a lo que Ortega… ha llamado una "visión
completa", a diferencia de lo que ha calificado de "visión
auténtica". Consiste aquélla en una visión del pasado humano, totalmente
separada o independiente de las preocupaciones y de las circunstancias vitales
del presente; visión cuya veracidad está en relación directa con la suma total
de los hechos averiguados.
p.
35
A
mayor número de datos averiguados, más completo, es decir, más verdadero el
conocimiento del pasado. Pero como obtener el gran total de todos y cada uno de
los hechos del pasado es un imposible, si sólo fuera porque el tiempo mismo se
ha encargado de destruir las fuentes de información de una enorme cantidad de
hechos, la verdad histórica que tan afanosamente persigue la escuela
tradicional es absolutamente inalcanzable. Se trata siempre de una verdad
fragmentaria, de una aproximación que en todo momento está sujeta a ser
rectificada por la posible aparición de nuevos datos, y en consecuencia, lo que
para esta escuela se llama interpretar los hechos, no es sino la operación
mecánica de reajuste o rectificación, de la suma siempre provisional de lo ya
averiguado. En una
palabra, se trata de una verdad siempre
diferida e indefinidamente proyectada hacia el futuro. Pero lo malo, entre
otras cosas, es que esa verdad no es una verdad, porque conocer algo es
siempre referencia al presente, o lo que es lo mismo, referencia a nuestra
vida, que es para nosotros la verdad radical. Los supuestos de la escuela
tradicional ponen al hombre en la falsa coyuntura de conformarse con una verdad
que no podrá jamás poseer [que] produce un tipo de historia inhumano y un tipo
de historiador deshumanizado…
5
…Para la postura
contemporánea [HISTORICISTA], en cambio, el énfasis está en considerar que el
pasado es algo nuestro, que es "nuestro pasado".
…Pues
bien, el pasado humano no es un pasado cualquiera; es lo que le ha pasado al
hombre y, por eso, suyo entrañablemente. Pero no suyo a la manera en que
decimos que una casa o un objeto, por ejemplo, son de su propiedad,
p.
36
sino
suyo en cuanto que involucra a su ser... El pasado humano, en lugar de ser una
realidad ajena a nosotros es nuestra realidad, y si concedemos que el
pasado humano existe, también tendremos que conceder que existe en el único
sitio en que puede existir: en el presente, es decir, en nuestra vida...
"El hombre", dice Ortega (Historia como sistema) "no es,
sino que va siendo. . . y ese ir siendo (…) es lo que llamamos
vivir'"...
Ahora
bien, si se admite que la realidad radical del hombre es su vida, y por lo
tanto que el pasado humano (no se entienda esto en un sentido puramente
individual) es en parte esa realidad radical, la tarea del historiador se habrá
liberado de una vez por todas de la famosa pretensión de imparcialidad. En
efecto, puesto que conocer el pasado es conocimiento de sí mismo, malamente
puede justificarse ni menos exigirse esa fría, inhumana, monstruosa
indiferencia que la imparcialidad supone. Por lo contrario, hay que admitir con
franqueza, y alegría que el conocimiento histórico es parcial, el más parcial
de todos los conocimientos, o lo que es lo mismo, que es un conocimiento basado
en preferencias individuales y circunstanciales: en suma, que es un conocimiento
producto de una selección, el conocimiento selecto por excelencia. Las
preferencias del historiador son las que comunican sentido pleno y
significatividad a ciertos hechos que, por
eso mismo, son efectivamente los más
importantes, los más históricos, y en definitiva los más verdaderos.
p.
37
[…]
A
diferencia, pues, de la "visión completa" (abstracta) postulada por
la escuela tradicional, búscase una "visión auténtica" (concreta)
cuya autenticidad estriba, precisamente, en que brota de la referencia a nuestra
vida; visión que sólo es válida para ella, para ella verdadera puesto que
conocer es función interna a la vida y no independiente de la vida. Esta visión
auténtica, en cuanto que lo es, es la única capaz de aprehender esa radical
realidad de la que nuestro pasado es parte... El saber histórico no consistirá
ya en una suma de hechos que, una vez "descubiertos", se consideran
definitivamente conocidos; consistirá ahora en una visión cuantitativamente
limitada, pero auténtica en cuanto que se funda en una serie de hechos
significativos por sus relaciones con el presente y con nuestra vida. Y el
método histórico no será ya ningún método de los empleados en las ciencias
naturales; no será el método de la simple acumulación de lo
"averiguado", sino que será el método narrativo, único verdaderamente
capaz de dar razón de la vida humana, de nuestra vida, nuestra verdadera
realidad. Este dar razón de la vida humana es lo que yo llamo historiar.
Podemos concluir, pues, que verdad en Historia no es otra cosa sino la
adecuación del pasado humano (selección) a las exigencias vitales del presente.
p.
38
6
…Vemos, en efecto, que los mismos acontecimientos revelados por los mismos
documentos se narran de muy diversas maneras. Es decir, vemos… que cada
generación siente la necesidad de escribir su historia, la historia de su
pasado; pero naturalmente, escribirla desde su punto de vista, es decir, desde
su peculiar situación o circunstancia… que es la verdad histórica de los
hombres que compusieron esa generación; verdad que, por lo mismo, no puede ser,
aunque lo pretenda, la verdad de otras generaciones, ni anteriores ni
venideras, pero que, no obstante, es verdad verdadera.
La postura contemporánea historicista …
consiste precisamente en tener conciencia histórica...
Se
verá claro que la cuestión a debate puede y debe reducirse a lo siguiente: si
se concibe el pasado como una realidad independiente a nuestro ser, tendrá
razón la escuela tradicional; si en cambio, el pasado se concibe como realidad
de nuestro ser en el sentido radical que he insinuado, entonces, la postura
contemporánea tendrá que admitirse.
p.
39
EL
DOCTOR RAFAEL ALTAMIRA. …[Sin embargo] la física moderna ya no cree que las
cosas de la naturaleza han de ser eternas como hasta ahora las hemos visto. El
ser naturaleza ha mostrado que es tan variable como el hombre. Pero lo que me
ha preocupado principalmente en el estudio de la historia es llegar a averiguar
alguna cosa con fundamento... Yo he creído también que la única verdad
histórica es la verdad que se ha podido comprobar, pero eso no quiere decir que
sea la verdad para todos los siglos de los siglos. Exactamente lo mismo pasa en
las ciencias naturales; la verdad adquirida de este modo lleva una ventaja, y
es que las ciencias de ese género, las ciencias de la naturaleza en general,
pueden usar las hipótesis, y han cambiado la posición de muchos fenómenos de la
naturaleza. El historiador no puede usar la hipótesis para nada. Lo que me ha
preocupado a mí es averiguar con una serie de pruebas o fuentes que me
satisfagan por el momento, la verdad que hoy puedo conocer.
p.
40
Pero
yo me pregunto si no hay una cosa humana que se estacione: lo humano es algo
que se está haciendo siempre. Con la meditación y, a través de los años, con el
aumento de la responsabilidad, no se cierra el espíritu a las nuevas ideas y a
los nuevos movimientos, que ese es el fundamento en el oficio histórico. Ahora,
el problema de la verdad histórica plantea el problema de distinguir entre
historia e interpretación. En la interpretación interviene la ideología del
sujeto y su orden de los valores. Pero vuelvo a hacer la misma pregunta: ¿Hay
acaso algo en que la
intervención de la persona no sea ya una
introducción de elementos ajenos a los hechos mismos?
La
objetividad en la historia consiste en ponerse en una posición desde la cual lo
mismo dé que aquellos hechos hayan existido. La objetividad consiste en que,
cuando se ha estudiado una serie de hechos históricos, no se diga de ellos sino
lo que se ha encontrado, no se presente sino lo que ellos están diciendo, no
prefijando ningún juicio sobre su ideología.
Si
llegamos al escepticismo de la imposibilidad de obtener una verdad histórica,
por encima de todas las limitaciones que lleva la posibilidad de nuevas
fuentes, hacemos más caso de nuestro juicio y nuestro conocimiento, lo que
nosotros decimos que es nuestro conocimiento, que de la realidad tal como se
ofrece en los actos mismos de la vida humana. ¿Qué diferencia fundamental hay
entre un historiador y un juez en cuanto a la verdad de los hechos? El juez
procura enterarse de la verdad de los hechos y sobre esta base fundarse para
dar su veredicto, o su juicio, para el cual cuenta con la ley. Pero si llevamos
nuestro pesimismo a la manera y crudeza que se nos pide muchas veces, nos
encontramos con que no creemos en la justicia humana en el sentido de tener
confianza en el juez, en el hombre que merece ser juez. Yo he sido siempre un
hombre contrario a los sistemas. He dejado a mis alumnos que usen de los
programas a su albedrío, pues en realidad a Roma se va por muchos caminos.
p.
41
EL
LICENCIADO O'GORMAN. Quisiera tratar de concretar la discusión sobre alguno de
los puntos de tal tema.
A
mí me parecen bien todas las consideraciones que ha hecho el doctor Altamira:
la primera estuvo de acuerdo conmigo; en otra tocó un punto que me parece de
toda consideración. La cuestión capital de la objetividad. Usted fundaba esta
opinión, diciendo que lo importante era decir o narrar aquello que dicen las
fuentes, los documentos, etcétera. Pero yo creo esto: que los documentos son
hechos y a veces contradictorios. Entonces la cuestión de la objetividad se
viene por tierra. Además, un historiador ve los documentos y escribe su
historia; pero otra
persona con la misma buena fe, ve esas
mismas fuentes y difiere en opinión de la anterior. No sólo difieren a veces
las fuentes. También difieren las interpretaciones de los hechos más
comprobados. Y no sólo entre dos historiadores, sino en el mismo historiador,
en dos momentos diferentes de su vida.
[…]
Tomaron
además la palabra en esta sesión el doctor Isso Brante Schweide, el doctor
Francisco Barnés, también el doctor Kirchkoff, el doctor Gaos y el doctor
Medina... La afirmación del doctor Caso de que el historiador es un poeta,
encuentra la aquiescencia del doctor Gaos. Éste afirma que ante un hecho
histórico no sólo puede haber dos interpretaciones distintas y sucesivas por
parte de un historiador, sino que el hecho mismo ha cambiado, en tanto que
hecho histórico, y sólo permanece igual en tanto que hecho físico: documento,
monumento, etc...
p.42
SEGUNDA
SESIÓN
Se
nombró presidente de la misma al doctor Alfonso Caso. Acto seguido lee su
ponencia:
NOTAS ACERCA DE LA VERDAD HISTÓRICA
1.
Es indudable que el
problema de la verdad, en materia histórica, no es un problema histórico, sino
filosófico, es cuestión epistemológica, que queda comprendida dentro de la gran
interrogación: ¿Qué es la verdad?
2. Desde un punto de vista epistemológico
tendremos que plantearnos estas preguntas:
¿Puede
el hombre conocer lo que pasa en su propio espíritu?
¿Puede
conocer lo que pasa fuera de él?
La
respuesta a estas dos cuestiones, es fundamental para determinar el grado de
objetividad que puede alcanzar el conocimiento histórico.
3. Desde luego debemos considerar que el
hombre tiene, con relación a la verdad, tres posibilidades: acertar, errar y
mentir.
4.
Tomemos desde luego en
cuenta la última posibilidad, para descartarla definitivamente de nuestras
consideraciones, por lo que se refiere al historiador, pero
no por lo que se refiere al documento que
estudia. El error del historiador puede ser debido a la malicia del que redactó
el documento, usando y aun abusando de la posibilidad de mentir, que el hombre
posee en común con todos los seres vivos y que lees tan útil en la lucha por la
existencia, para persistir y satisfacer sus necesidades sexuales y económicas
(belleza aparente de machos en celo, mimetismos de ataque y de defensa).
p.
43
5.
Podemos decir entonces
que no nos ocuparemos sino de los historiadores de buena fe: es decir,
de aquellos que creen que lo que afirman es verdadero… [pues aquellos] que mienten,
es claro que entonces no son historiadores sino falsarios o, si
querernos darles un nombre menos duro y más moderno, los llamaríamos
propagandistas.
6.
El que haya dedicado su
vida a la propaganda de una idea, que no escriba Historia. Todos estamos
siempre apunto de errar; él está siempre en actitud de mentir...
7.
Eliminada la posibilidad
de mentir, nos quedan pues las otras dos, la de acertar y la de errar. El
historiador de buena fe puede entonces captar una verdad o incurrir en
un error; pero con el fin de poder fijar un criterio, para saber si el
historiador acierta o se equivoca, veamos primero cuáles son las etapas en
la elaboración del conocimiento histórico.
8.
La primera fase en esta
elaboración es la formulación del hecho histórico. Se engaña… quien crea que el
historiador es puramente pasivo ante el hecho histórico. En primer lugar, no es
posible actualmente un historiador universal. El historiador selecciona su
campo por historiar y a priori concentra arbitrariamente el foco de su
interés en un hombre, un país, una época, una cultura, un aspecto social, etc.
El
hecho histórico queda ya determinado entonces por el interés del historiador y
no por el interés humano, que es lo que podríamos llamar objetivo, pues
objetivamente, es decir fuera del espíritu, no hay hechos interesantes.
p.44
9. En segundo lugar el hecho histórico no es perceptible por
los sentidos (si lo es, no es histórico), sino que se encuentra narrado en uno
o varios documentos y generalmente la narración no es idéntica en todos ellos,
y frecuentemente es contradictoria. Viene entonces un trabajo de extraordinaria
importancia en el historiador. Primero tiene que hacer un análisis de las
fuentes y valorarlas, para saber a cuáles puede otorgar mayor confianza. Esta
estimación puede fundarse en la posibilidad de información que haya tenido el
autor del documento, en su cultura, en su inteligencia para percibir el hecho,
en su interés al relatarlo y, por último, o si se quiere como punto previo, en
la autenticidad del documento.
Todavía
una segunda parte para la fijación del hecho histórico, es la tarea a la que se
dedica el historiador, de deducir las consecuencias que se derivarían de las
diversas posibilidades, y comprobar si ocurrieron o no. Supongamos que se trata
de determinar una fecha, entre dos que se señalan como probables y que son
mencionadas en dos fuentes distintas o quizá en la misma fuente; el historiador
establecerá una cronología, haciendo notar que si se admite una de esas fechas,
es imposible o improbable que otro acontecimiento hubiera ocurrido en la fecha
en que sabemos que ocurrió. Cuantos se han dedicado a escribir historia, saben
la importancia que tienen estas deducciones que dependen de la sagacidad del
historiador. Vemos entonces que, simplemente para fijar el hecho histórico, el
historiador interviene de un modo definitivo con sus conocimientos, con su
facultad de selección y con su sagacidad.
10.
Pero supongamos que el
hecho histórico ya ha sido fijado y que dentro de la probabilidad a la que está
sujeto todo lo histórico, podemos considerarlo como verdadero; todavía nos
falta la explicación de este hecho por sus causas (que en lo histórico prefiero
llamar antecedentes); la relación de este hecho con los otros pasados,
contemporáneos o posteriores;
p.
45
la
critica ética de las condiciones que lo produjeron y de los hombres que
lo realizaron y, por último, su valor como antecedente capaz de explicar el
proceso de un espíritu, un pueblo, una cultura, una ciencia o una técnica.
11. Supongamos que el hecho en cuestión, es la caída de
Tenochtitlán en poder de Cortés el 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito.
Lo primero que hay que determinar es si fue el 13 de agosto o el 12, día de
Santa Clara, que por no estar su nombre en el calendario y "tabla general
del rezado" se pasó al día siguiente, como dice Torquemada. ¿Preferimos
en este caso el dicho de Cortés y Bernal Díaz o el de Torquemada? Claramente se
ve que tenemos que hacer un análisis de las fuentes. Supongamos que hemos
admitido como más probable la fecha 13 de agosto, por ser ésta la fecha
que mencionan las fuentes que nos merecen más crédito, y que se trata de
explicar ahora este hecho histórico: la caída de Tenochtitlán y con ella el
derrumbamiento del llamado Imperio Azteca.
¿Cuáles
fueron las causas o antecedentes que produjeron este hecho y. si son varias, en
qué medida intervinieron en su producción? […] ¿fue la revancha de las naciones
indígenas sojuzgadas, en contra del imperialismo azteca, que vieron la
oportunidad de sacudir un yugo, sin medir la posibilidad de caer en otro? o
bien, ¿fue la superioridad de una utilería guerrera, representada por los
caballos, el hierro y la pólvora: o el genio diplomático y militar del Capitán,
o el intento de Velázquez que, pretendiendo destruir a Cortés aumentó sus
huestes, o como creían los cándidos cronistas, un designio divino que
inexorablemente había de realizarse en el día y hora fijado desde toda la
eternidad?
La
importancia que se dé a cada una de estas causas, y a las fortuitas que
intervienen también en todo hecho histórico, marcará la personalidad del
historiador. Así el panegirista de Cortés atribuirá todo el honor y la gloria
al Capitán, con disgusto de Bernal Díaz y regocijo de Gómara,
p.
46
y
otro dirá cómo la utilería europea es la causa de la victoria, y no faltará
quien haga intervenir el Apóstol Santiago, montado en un caballo blanco, como
causa determinante de la Conquista.
¿Cuál
sería en este caso la verdad objetiva? ¿No dependerá la importancia que un
historiador conceda a una causa, de la importancia que tenga esta causa en él
mismo, en su clase, en su época, en su cultura? ... ¿Podrá un historiador
liberal y burgués de nuestro siglo entender lo que representaba la limpieza de
sangre en la Europa feudal? Y por
entender quiero decir sentir, más que concebir. ¿Podremos los ateos entender la
importancia del sentimiento religioso en las culturas asiáticas y americanas?
¿Daremos a estos antecedentes la importancia que realmente tuvieron?
12.
Lo que se puede pedir al
historiador no es que diga lo que realmente pasó, pues esto nadie puede
afirmarlo; sino que abandonando hasta donde pueda sus propias ideas, prejuicios
o intereses, procure adentrarse e identificarse con el mundo que nos revive y
explica. Y será gran historiador si logra hacerlo; pero nunca podremos estar
seguros de que lo ha realizado.
¿Quiere
esto decir que la historia debe escribirla el contemporáneo del hecho que
narra?; ¿la mejor historia es la crónica? El cronista tiene las mismas ideas,
sentimientos y Prejuicios de la época en la que el acontecimiento sucede; pero
precisamente por eso, está en una situación muy desfavorable para valorar los
antecedentes de los fenómenos. Padece bajo el poder de la moda" y creerá
que un bello discurso provocó una situación histórica o que las curvas
estadísticas sobre los precios del carbón, el acero y el petróleo, explican por
qué los jóvenes dejan sembrados sus cuerpos en los campos de batalla.
p.47
Ni
siquiera el documento privado, que no se escribió con el fin de hacer historia,
es objetivo; indica solamente lo que creyó el autor del documento sobre un
hecho, un hombre, una acción y hasta sobre él mismo. ¿Habrá alguien que no esté
más o menos atacado de bovarismo y que se conciba realmente como es?
Pues si nos engañamos con frecuencia sobre el motivo de nuestras propias
acciones, ¿cómo podremos estar seguros de los motivos que tengan
nuestros prójimos, sobre todo cuando nuestros prójimos son tan lejanos? La
verdad histórica, volvemos a comprobarlo, es sólo probabilidad.
13.
Pero todo hombre que
conoce las acciones de otro, las juzga. Además del ser que sucedió
(¿cómo y por qué?) está el deber ser (¿debió suceder?). Todo
historiador, quiéralo o no, es un juez —como decía el doctor Altamira la otra
noche—, ¿pero aplicará para juzgar una ley derogada o la ley actual? ¿Aplicará
para juzgar sus prejuicios de familia, de clase, de nación, de cultura, o
juzgará
con los prejuicios de la época, de la
clase social, de la cultura a la que pertenecía el rey, el santo o el mártir
que está juzgando? ¿Alabará al que defendía la autonomía del feudo o al rey que
trataba de destruir los feudos?...
Si
es difícil ser un juez justo, cuando el acusado y el juez admiten la misma
moral, cómo no seria difícil (he tachado imposible) ser justo, cuando el
juez y el acusado hablan idiomas morales separados por siglos de prejuicios.
Aquí
también la misión del historiador es comprender y será gran historiador si lo
logra, y gran psicólogo, pero no podemos estar seguros de que lo haya
conseguido.
Su
obligación es creer que lo ha conseguido; pugnar por la imparcialidad,
por la objetividad. No es historiador el que a sabiendas falsea el hecho; el
que oscurece las pruebas; el que determinadamente cierra su espíritu para no
comprender los móviles de las acciones de los otros hombres:
p.
48
y
si es sincero, debe creer que ha acertado; pero estar convencido de que su
reconstrucción es un esquema de lo que realmente sucedió. Y si digo un esquema,
no es porque menosprecie la verdad histórica y la considere como algo
totalmente diferente de la verdad vulgar o de la científica, sino porque creo
que toda verdad es esquemática con relación a su objeto, y lo que en la vida
vulgar o en la ciencia es un esquema, por ser una falsa igualación de
semejanzas con un fin utilitario, en la historia es una esquematización del
hecho histórico, para hacerlo inteligible, para despertar en nuestro espíritu
reacciones semejantes a las acciones que fueron sus causas. Esquematizar el
hecho para entenderlo, tal es la misión del sabio y la del historiador.
14.
Por último, el
historiador no se conforma con explicar el hecho histórico por sus
antecedentes. Su misión, como la de todo conocimiento, es servir al presente y
al futuro. Él desea explicar el presente en función del pasado. Desea que los
hechos que suceden todos los días queden aclarados por sus antecedentes: porque
sabe que la vida que anima el cuerpo de la sociedad moderna está sostenida por
el esqueleto del pasado, y que no hay un solo fenómeno social:
lengua, religión, política, derecho,
modas, costumbres, virtudes y crímenes, que no pueda explicarse por su
historia.
¿Cómo
los hechos históricos, los antecedentes históricos han influido en los hechos
actuales: qué importancia han tenido las causas sociales e individuales en la
producción actual del fenómeno social? Aquí también interviene la personalidad
del historiador concediendo mayor o menor importancia a los factores del hecho:
el medio, la raza, la guerra, la economía, la religión, los grandes hombres, el
espíritu del pueblo o "la nariz de Cleopatra".
El
historiador que da profundidad al presente, injertándolo en el pasado y aquel
que funde el pasado y el presente en un programa para el porvenir, es el
político. Es el que desea prever la trayectoria de su pueblo y modificarla de
tal modo que, sin divorciarse del ser, realice el deber de ser. Es el que
tendiendo la mirada sobre los hechos históricos,
p.
49
trata
de descubrir en ellos causas permanentes, factores constantes, que al igual de
las causas físicas, provoquen resultados siempre iguales; es en suma el que
esquematizando el hecho histórico, le hace perder lo que tiene de concreto, de
personal, y lo transforma en un caso particular de una ley, que volverá a
repetirse, de acuerdo con el principio de causación, cuando se repitan las mismas
condiciones. Si queremos considerar que su actividad es abstracta,
llamémosle sociólogo; si queremos insistir sobre su actividad concreta,
llamémosle político. En uno y en otro caso, su actividad estará fundada
en el principio de que causas iguales producen iguales efectos.
Sólo
que en la historia, menos que en ninguna otra parte, el principio de la
causación nunca se realiza; porque la causa es tan compleja, tan concreta, tan
personal, que es histórica; es decir, que a menos de que admitamos la pesadilla
del eterno retorno, nunca más volverá a presentarse.
Y
no es que yo admita que es más personal y más concreto César que una rosa. Pero
la ciencia y la historia las hacemos los hombres y no las rosas, y las
infinitas vicisitudes en la vida de la flor, y las complejísimas causas que
motivaron el que cayera hoy y no ayer uno de sus pétalos, no nos interesan. La
rosa es un objeto
de ciencia, puesto que sólo vemos en ella
lo general, lo abstracto, aquello precisamente que no la distingue de otros
individuos de su especie; mientras que en César nos interesan sus actos y sus
pensamientos y es precisamente por ser personales, es decir, diferentes, por lo
que caen de un modo individual en el campo de la historia.
O
lo que es lo mismo: Ciencia e Historia son dos métodos diferentes de entender
la realidad. Aplicar uno u otro de estos métodos no depende del objeto mismo,
sino de nuestro interés humano. Podemos si queremos hacer la historia de un
guijarro, y podemos también reducir la vida de los hombres, como decía Anatole
France, a esta simple frase: "nacieron, sufrieron, murieron"; pero
nuestras preferencias individuales serán pueriles, si no coinciden con un
amplio interés humano.
p.
50
Podríamos
decir que si Ciencia e Historia son dos métodos diferentes para entender,
usamos el método científico, cuando consideramos que los fenómenos no son
interesantes individualmente; cuando lo que deseamos es encontrar en ellos sus
semejanzas y fundir éstas en la identidad de la ley, a reserva de utilizar más
tarde los coeficientes de inexactitud, cuando tratamos de aplicar la ley a la
realidad, que de este modo se venga de nuestro esquematismo.
En
cambio, cuando lo que nos interesa en el fenómeno es precisamente su
individualidad, ya sea que se trate de un hombre, de un país, de una época o de
una cultura, las semejanzas que existen entre ese fenómeno y los actuales,
incluyendo nuestro propio espíritu, nos sirven para entender el hecho, pues si
fuera completamente sui generis, no lo entenderíamos; pero sus
diferencias, de las que no podemos prescindir, nos llevan a emplear, para
conocerlo, el método histórico y no el científico.
¿No
hay pues en la historia una verdad objetiva, eterna, inmutable? Así formulada,
es una pregunta ingenua. ¿Hay alguna verdad no formal, que sea eterna e
inmutable? ¿Debemos entonces proclamar un escepticismo corrosivo y declarar que
la verdad histórica no existe, sino que es relativa al historiador a tal punto
que hay tantas verdades históricas como historiadores? Así concebida, la
pregunta es exagerada. No, no podemos
dudar seriamente que Hidalgo era cura de Dolores o que Bucareli fue virrey de
Nueva España. Pero si se trata ya no del hecho histórico, sino de su
explicación y valoración, que son actividades subjetivas, sería inútil
pedir una objetividad absoluta.
Nos
parece ahora descubrir que la historia, considerada en grandes periodos, es la
realización de la lucha del hombre por alcanzar su liberación. La lucha contra
sus enemigos: el hambre, el miedo, la miseria, la explotación, la tiranía, la
ignorancia y el fanatismo. Es la suma de los anhelos individuales por ser, por
cumplir con lo que en cada hombre hay de humano.
p.
51
Pero
no podemos ignorar que durante largos siglos el hombre parece que reniega de sí
mismo, que pone en manos de otros hombres su derecho a" vivir y a pensar.
Creemos descubrir en la historia un sentido no trascendente al hombre, sino inmanente
a su propia naturaleza. Puesto que es un ser consciente, pugna por su propio
bien, por la afirmación de su personalidad, por la realización íntegra de lo
que es humano; por eso lucha contra la miseria y la explotación; contra la
ignorancia y los prejuicios; contra la injusticia y la tiranía. Y éste es,
quizá, el único criterio objetivo en la gran marcha histórica de la humanidad;
lo que justificará, a pesar de todo, esta perturbación de la Naturaleza
que llamamos: el Hombre.
José Gaos
EL
DOCTOR JOSÉ GAOS. Resume su punto de vista, expresado en la sesión anterior,
leyendo la nota siguiente:
[…]
ni las distintas realidades históricas, ni siquiera los distintos
historiadores, son tan distintos como para que entre ellos no haya unidad
alguna. Entre los distintos historiadores, como en general entre los distintos
hombres, ha de haber siquiera un mínimo de unidad, sin el cual sería imposible,
el hecho de que se comunican y entienden, siquiera parcialmente.
La
cuestión sería, pues, elaborar una teoría de la unidad y pluralidad de la
realidad, incluyendo, naturalmente, los sujetos, capaz de explicar el doble
hecho de que estos sujetos en parte coinciden y en parte discrepan. Esta teoría
sería
la única capaz también de hacer justicia
al historicismo y a la vez de superarlo, precisando sus límites y
correlativamente aquellos dentro de los cuales es posible una verdad válida
para más de un sujeto.
p.
52
[…]
En
general, la circunstancia de que una realidad no sea dada o asequible sino a un
sujeto no descarga a éste de ninguna de las obligaciones que pueda tener
respecto a ella...
EL
DOCTOR KIRCHKOFF. El doctor Caso dijo que hay que distinguir tres tipos
posibles de hombres. Me parece que también hay que distinguir varios tipos de
verdad. No debernos oponernos a la idea de que hay una verdad absoluta: me
parece que tanto O'Gorman como Caso se han colocado en una posición con la cual
yo no estaría de acuerdo.
Se
podría decir que la base de nuestra actitud hacia el universo es que hay una
realidad que existe a la cual nosotros tratamos de aproximarnos; pero esta
continua aproximación, por desgracia, no se realiza en línea recta sino andando
con frecuencia un paso adelante y dos atrás. Me Parece que aquí se plantean dos
problemas: por un lado, qué es exactamente lo que queremos saber, qué son esos
famosos hechos de que se habla; y por otro, cuál es la finalidad de lo que
hacemos. El doctor Caso manifestó, al dar término a la lectura de sus notas,
que con ello dejaba contestado lo dicho por mí la última vez,
p.
53
pero
yo creo que no contestó precisamente la cuestión por la relación que existe
entre la historia como ciencia y la política...
Pienso
que es una idea un poco anticuada la de que la historia humana no es comprensible
sino concibiéndola como dividida en grandes etapas que tienen determinada
estructura económica, estructura social, jurídica y una serie de instituciones,
creencias y costumbres que corresponden a este conjunto. El punto básico en mi
pensamiento frente a la historia, y los presentes saben muy bien que no soy un
historiador sino un etnólogo, es que nuestra aspiración debe ser entender las
tendencias históricas dentro de estas grandes agrupaciones de
fenómenos, es decir, para usar un término
concreto, las tendencias de desarrollo dentro de nuestra sociedad moderna, o lo
mismo en otras sociedades anteriores.
Solamente
concibo de esta manera el problema de la historia y la búsqueda en el fondo
empieza con la verdad. Solamente de este modo podemos llegar a algo que es más
que una mera serie de acontecimientos, cada uno conocido por otros hechos, por
causas y efectos. Pues lo que necesitamos es encontrar, dentro de determinada
característica, una relación de desarrollo. No se trata de considerar la historia
como una serie interminable de acontecimientos aislados. La repetición absoluta
de acontecimientos, claro es que no existe; yo creo que ya no es necesario
combatir esa idea, pues me parece una idea muerta.
Existe
el problema fundamental de la búsqueda de la verdad histórica. Esta búsqueda es
de la verdad de grandes líneas de desarrollo, dentro de determinadas etapas del
conjunto de la humanidad; no es en sí la búsqueda de la verdad acerca de un
acontecimiento individual y sólo puede ser interpretada dentro de un conjunto.
p.
54
El último punto que me interesa
subrayar, es que la idea de la imparcialidad, de la objetividad, es también un
punto que la historia y el pensamiento han ganado hace mucho tiempo. Me parece
que se ha presentado una idea que, para mí, es bastante peligrosa. Se afirma
que cualquier historiador parcial representa las ideas, la tradición, etc.;
pero esta idea se ha formulado de tal manera que de hecho parece que el
individuo historiador está frente al acontecimiento, frente a la época
histórica. De hecho, el historiador es simplemente el exponente de un grupo
social. Toda esta cuestión de si un historiador puede ver la misma realidad, en
diferentes momentos de su historia individual, de dos maneras distintas, es
simplemente el reflejo de que el historiador vive dentro de un mundo en
continua pugna.
Notas
1
Texto tomado de Filosofía y Letras, tomo X, núm. 20, octubre-diciembre
de 1945, pp. 245-272.
2
Matute Á. (1981) La teoría de la historia en México (1940-1973),
SEPSETENTAS núm.126, pp. 32-54.
domingo, 26 de julio de 2015
El conocimiento histórico como rompecabezas: a treinta años de Teoría de la historia de Ernesto Schettino Maimone
Por Enrique Esqueda Blas
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM
En 1985 el profesor Ernesto Schettino —quien llegaría a ser un connotado académico marxista, formador de generaciones e integrante del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM— daba a la imprenta la primera edición de su manual Teoría de la historia. En su cuarta edición, correspondiente a 1993, presentaba un formato pequeño de 9.3 por 16.8 cm. En ella disertaba en 68 páginas sobre qué es la historia, la naturaleza del conocimiento histórico, la realidad histórica, las posibilidades de una ciencia de la historia y los usos de ésta. Su obra cerraba con algunas preguntas (evidencia patente de los fines didácticos que movían a su autor) y una bibliografía de veinte estudiosos, varios de ellos, referencias obligadas en el tema. Es difícil hacer un balance justo de un trabajo que no aspiraba a innovar, tanto como a comunicar y servir de introducción a los estudiantes preparatorianos sobre la complejidad del saber histórico. Hoy tal vez lo podemos leer así: se trata de un ensayo fundamentado en el paradigma del materialismo histórico, que pese a la crisis que como modelo explicativo experimentó en las ciencias sociales —debido a la caída del socialismo real europeo— su escritor se mantuvo de principio a fin convencido en una tradición académica. En las clases sobre teoría del conocimiento, Grecia y Roma, que tuve el honor de escucharle a mi maestro a finales de los años noventa, parecía que el tiempo y la realidad no habían doblegado su espíritu para hacerlo cambiar su discurso, que conservaba en viejas, amarillentas y frágiles hojas de papel. Schettino, tal vez, como Adolfo Sánchez Vázquez, pese a sus diferentes praxis políticas, tenía la certidumbre de que más temprano que tarde, las nuevas generaciones habrían de volver a un sistema que había intentado dar una explicación total de la realidad y dotado de esperanza a millones de seres humanos. No se equivocó. El marxismo continúa siendo una de las corrientes de pensamiento teórico más fructíferas que conviene revisitar.
No pretendo hacer aquí una reseña bibliográfica puntual, sin embargo trataré de sintetizar algunas de las posturas del académico destacando aquellas que me parecen más relevantes. En primer lugar, Schettino se inclinaba por una historia donde los conceptos tuvieran un respaldo empírico, que los llenara de contenido. En segundo lugar atribuía al historiador una actitud “abierta y crítica, a la vez que rigurosa”, que lo colocara en un punto intermedio entre el esquematismo, la especulación y la recopilación documental exhaustiva (Shettino: 1993, “Presentación”). Para él, el término de historia, procedente del griego, remitía a la investigación y a la averiguación, distinguiendo entre los usos comunes del mismo en el habla cotidiana, y sus usos en obras de consulta, donde detectaba significados diversos y a veces equívocos. Esto se debía a que implicaba hechos y narración de los mismos, ya fueran reales o ficticios, particulares o generales, relevantes o irrelevantes, además de asociarse a una forma de conocimiento. Acto seguido definía a la historiografía como “las distintas formas de relatar por escrito las diferentes realidades históricas” y a la Filosofía de la Historia y la Teoría de la Historia como encargadas de responder al cuestionamiento de qué es la historia (Shettino: 1993, p. 4). La primera más especulativa y la segunda con ciertas aspiraciones de cientificidad. Para despejar la pregunta central del libro había que acudir a la teoría del conocimiento de lo histórico y a una metodología que diera claridad a qué podía entenderse por realidad histórica y los problemas que presentaba con relación a la naturaleza, los factores que permiten hacer una interpretación del movimiento histórico y las épocas históricas o los vínculos entre individuo y sociedad, grupos sociales, la conciencia, la economía, la política, la religión y el arte. En suma, había que intentar una respuesta a qué características debe tener el conocimiento histórico para ser científico y la utilidad de éste en términos prácticos.
Para Schettino las relaciones entre sujeto que conoce y objeto que es
conocido representaban la base del saber. Sin embargo, no era necesariamente en
los factores bioquímicos que había de entenderse atendiendo otros elementos
como tecnologías, condiciones político-sociales, e incluso, obstáculos
religiosos, que podían limitarlo. Simplificado al extremo, esta idea sobre el
conocimiento llevaba implícita y explícitamente el contexto y dejaba claras las
diferentes formas de percibir y explicar el mundo a través del tiempo. Sin duda uno de los
apartados más valiosos del libro es el referente al asesinato del
presidente de los E.U.A., John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. Por
medio de él trató de caracterizar el conocimiento histórico tomando en cuenta
la pluralidad de actores, en calidad de testigos, quienes habían tenido un “conocimiento inmediato y directo”, que
debía cuestionarse en términos de percepción y verdad (Schettino: 1993, p. 17).
Para él, la percepción era relativa a la colocación de los actores, de ahí que
ésta tendiera a su modificación debido a “sus condiciones biológicas, su
estructura mental, sus experiencias previas, su imaginación, su educación, su
lenguaje, sus intereses, sus emociones” (Schettino: 1993, pp. 17-18). A lo
anterior añadía expresiones de carácter emotivo, asociaciones de hechos y la
selección de conceptos bajo los cuales leer lo ocurrido, en este caso, como asesinato
político. Así, un mismo hecho podía mostrar variaciones dependiendo de los sujetos,
por ello no era deseable dar a esta clase de percepción, calidad de conocimiento
verdadero y objetivo. Para alcanzar ese grado se requería tomar en
consideración los testimonios y las distintas evidencias que del hecho se
conservaban como registros (foto, cine, prensa, televisión), además de informes
policíacos, la biografía de Kennedy… Acto seguido, había que considerar el
hecho en todas sus posibles explicaciones causales, para intentar explicarlo.
Pero ni fuentes ni hipótesis serían suficientes sin “modelos de interpretación
adecuados, de lógica y de suficiente objetividad”, ya que esto nos daría “una
imagen confusa y caótica de los hechos, una falsa interpretación de los mismos
y/o una mera opinión subjetiva” (Schettino: 1993, p. 20). Por ello, pensando metafóricamente,
los datos de un hecho equivalían a piezas de un rompecabezas, que si bien eran
conocimiento, debían integrarse en “un conjunto coherente” (modelo
explicativo), que sirviera para que encajaran sin ser forzadas (Schettino:
1993, p. 21). La riqueza de la ejemplificación de cómo se construye el
conocimiento histórico radica en ver los datos como abstracción o
característica aislada mentalmente de un hecho (que se selecciona y se concibe
como totalidad concreta). Esto equivale a buscar determinaciones esenciales en
los hechos respecto a lo accidental y accesorio. De esta manera las representaciones
de los historiares respecto a los hechos deben corresponder a los datos sobre
los mismos y encontrar en ellos su confirmación o rechazo; solo así es posible
determinar la veracidad histórica.
Por otro lado, Schettino nos hace replantearnos la imposibilidad de la experimentación en la historia, ya que, si bien la niega, dado que todos los hechos son únicos e irrepetibles, afirma que todo hecho “contiene determinaciones y relaciones que son comunes a otros hechos del mismo tipo las cuales nos permiten entre otras cosas, conocimientos generales y conceptos universales” (Schettino: 1993, p. 24). Es decir, la experimentación sería dable en la historia gracias a las fuentes históricas vía para la comprobación de la verdad de un hecho histórico y base para “«experimentar» cuantas veces queramos” (Schettino: 1993, p. 25) con el mismo, en concordancia con los métodos históricos disponibles en el momento de análisis, y las interpretaciones que pueden darse en el marco de un proceso histórico más amplio. Sin duda una proposición provocadora a profundizar.
Por otro lado, Schettino nos hace replantearnos la imposibilidad de la experimentación en la historia, ya que, si bien la niega, dado que todos los hechos son únicos e irrepetibles, afirma que todo hecho “contiene determinaciones y relaciones que son comunes a otros hechos del mismo tipo las cuales nos permiten entre otras cosas, conocimientos generales y conceptos universales” (Schettino: 1993, p. 24). Es decir, la experimentación sería dable en la historia gracias a las fuentes históricas vía para la comprobación de la verdad de un hecho histórico y base para “«experimentar» cuantas veces queramos” (Schettino: 1993, p. 25) con el mismo, en concordancia con los métodos históricos disponibles en el momento de análisis, y las interpretaciones que pueden darse en el marco de un proceso histórico más amplio. Sin duda una proposición provocadora a profundizar.
Lo que sigue en el
libro grosso modo es una presentación
de la teoría materialista de la historia en su dialéctica y motores históricos.
Más ricos en cuanto a la visión personal del autor son sus capítulos sobre la
historia como ciencia y los servicios que puede prestar. En el primer rubro
trata a las ciencias físico-matemáticas como el paradigma en este campo
haciendo de las demás, en cierto sentido, imitadoras. Ello debe llamar la
atención sobre el riesgo de rezago en el desarrollo de métodos y conceptos
disciplinares propios, por lo que se rechaza la simple asimilación y
trasplante de supuestos de un terreno a otro, y se subraya la centralidad
del pensamiento crítico (como una característica común a la ciencia). Agrega
entonces que la subjetividad del historiador tampoco debe ser un punto de
descalificación de la historia, ya que la conciencia de nuestras
determinaciones y la teoría permitirían superar este obstáculo. Respecto a
otras objeciones, la historia aunque terreno de lo particular, puede elaborar
generalizaciones, establecer relaciones de causalidad, participar de las
ciencias sociales y procesar datos objetivos y comprobables. Mientras que el segundo punto
se clarifica dando cuenta de la historia como memoria y conciencia del devenir para entender el presente; así como placer erudito y saber politizable.
Puede decirse entonces, a manera de conclusión, que la original de Teoría de la Historia, a tres décadas de su
primera impresión, estriba más en las operaciones historiográficas a las que
alude, que propiamente a la teoría del conocimiento y el materialismo
histórico. Como fuente, en sí, podemos encontrar en ella preocupaciones y enfoques de otro momento, muchas de las cuales han girado radicalmente, pero que, pese a
ello, constituyen un lugar de partida para renovadas polémicas sobre lo
histórico.
Fuente:
Schettino, E. (1993), Teoría de la
historia, 4ª. ed., México, UNAM, ENAP-Dirección General, 68 pp. (Manuales
preparatorianos; 4).
miércoles, 22 de julio de 2015
La historia como ciencia posible: una lectura de Pierre Vilar
Por Enrique Esqueda Blas
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM
Profesor de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM
De acuerdo con
el historiador francés, Pierre Vilar (1906-2003), en su entrada dedicada al
vocablo “Historia”, ésta es tanto una materia, como el conocimiento que puede
tenerse de ella. Es decir, en su segunda acepción, es un conjunto de hechos
pasados susceptibles de ser observados, narrados y transmitidos. Para Vilar, la
historia ha tenido popularmente las designaciones de maestra, tribunal político
y recuerdo colectivo. Cada una de estas variaciones obliga a pensar en la
capacidad disciplinar —diríamos, real o supuesta, deseable o indeseable— de extraer
lecciones del pasado y emitir juicios morales. Esto implica determinaciones
sobre cómo se investiga y verifican hechos; pero también, tener en cuenta las
implicaciones políticas del pasado, en cuanto qué se rememora, cómo y por qué,
y sus nexos con luchas concretas entre actores sociales, que derivan en
hegemonías y eliminaciones historiográficas.
Conviene
señalar que un rasgo particular de la historia como saber científico es abocarse
al acontecer humano, ciertamente entendiendo mitos, pero podemos suponer, excluyendo
explicaciones metafísicas. De ahí que para Vilar la historia sea “ciencia del
tiempo”, un saber racional, crítico, problematizador y analítico, que busca
tener un respaldo objetivo en vestigios y experiencias colectivas; que sirve
para explicar sistemáticamente relaciones entre hechos, y ayuda a los actores a
toman conciencia sobre la dinámica de las sociedades. De ahí que nuestro campo tenga contacto con la política y la ideología y se preocupe por
desentrañar los mecanismos de los hechos sociales (pasados y presentes)
teniendo estrecha relación con la sociología.
Para el profesor,
sociología e historia habrían tomado rumbos distintos en el siglo XIX y
principios del XX, momento en que una de estas formas de conocimiento se hizo
generalizadora y otra se enfocó en el terreno de los acontecimientos y las
lecturas empíricas. Vilar muestra por medio de una síntesis apretada de
historia de la historiografía, como campo cada vez mejor definido y
profesional, que no son las causas inmediatas las que le incumben a la
historia, sino las profundas, las que están en su raíz y las que permiten
analizar conexiones. De ahí que confiera a ese abordaje un carácter científico,
ya que se ha de buscar una interpretación global y lo mejor fundamentada posible, en información que no tuvieron los contemporáneos.
De esta forma,
la historia es para Vilar, una ciencia posible (en vías de construcción) como saber
razonado y no como verdad absoluta, prejuiciosa o estudiosa de una materia
muerta. Aunque ciertamente éste es un posicionamiento que se enfrenta a dos
problemas graves: la subjetividad y los usos políticos del pasado. Respecto al
primero la única respuesta, que me parece posible deducir, es que el
historiador se perdería en los documentos de no tener una pregunta clara, con
la cual indagar al pasado, así como hipótesis en las cuales sustentar su obra.
Si a eso sumamos que su modelo requiere de tomar en cuenta las complejas
interacciones entre economía, masas y civilizaciones, entonces observamos que
habría controles para encaminar a la historia hacia una ciencia que pusiera su
acento en comprender cambios y permanencias, conscientes e inconscientes, de los más diversos tipos. A ello puede agregarse el diálogo interdisciplinario y el
uso de métodos y técnicas de procesamiento y análisis de datos cuantitativos;
además del equilibrio que las interpretaciones históricas deben tener respecto
al contraste de evidencias y las determinaciones sobre las intenciones de los
actores.
Los usos políticos del pasado se entienden como una realidad directa o indirecta del oficio de historiar; de alguna manera, pienso, un reto que la ciencia ha tenido que enfrentar, aunque intente objetividad y neutralidad. Una ilustración de ello es el desarrollo de los saberes atómicos que derivaron en el empleo de un arma de destrucción masiva en contra de la población civil japonesa. Por lo anterior, valdría la pena recordar lo sostenido por Luciano: el historiador ha de dudar de los diversos dichos, ser fiel a la verdad, escribir con sencillez y negarse a la adulación de los poderosos, tal vez con ello dispondríamos, cuando menos, de una historiografía más independiente y liberadora.
Los usos políticos del pasado se entienden como una realidad directa o indirecta del oficio de historiar; de alguna manera, pienso, un reto que la ciencia ha tenido que enfrentar, aunque intente objetividad y neutralidad. Una ilustración de ello es el desarrollo de los saberes atómicos que derivaron en el empleo de un arma de destrucción masiva en contra de la población civil japonesa. Por lo anterior, valdría la pena recordar lo sostenido por Luciano: el historiador ha de dudar de los diversos dichos, ser fiel a la verdad, escribir con sencillez y negarse a la adulación de los poderosos, tal vez con ello dispondríamos, cuando menos, de una historiografía más independiente y liberadora.
Fuente:
Vilar, P.
(1999), Iniciación al vocabulario del análisis
histórico, Madrid, Altaya, pp. 15-47.
lunes, 20 de julio de 2015
Ciencias sociales: problemas metodológicos y su relación con la historia
Por
Horacio Ortega Chacón
Estudiante de la Especialidad en Enseñanza de la Historia, UnADM
El
modelo utilizado en la enseñanza de la historia y el concomitante problema de
reprobación estudiantil puede reflexionarse tomando en cuenta el desarrollo que
han tenido las ciencias sociales, la información que nos aporta el siguiente
ensayo sugiere una posibilidad del por qué existe cierta apatía para el estudio
de la historia. Aquí presento algunas ideas del texto "Desarrollo de la
metodología en ciencias sociales en América Latina: posiciones teóricas y
proyectos de sociedad" tomado de la revista digital Perfiles latinoamericanos de
la Flacso.
A
partir de las nuevas preocupaciones teóricas como la referente al desarrollo
económico, emergió la necesidad de enfrentar problemas metodológicos que se
derivaban del enfoque de la dependencia, que ponía el acento en el análisis
histórico. La metodología de las ciencias sociales estaba fuertemente dominada
por las técnicas de survey, que entre otras cosas, se caracterizaban por ser
esencialmente estáticas. Si bien existía ya en la bibliografía la idea de la
encuesta de panel, aún estábamos lejos de los desarrollos teóricos, de los
métodos de análisis y de las posibilidades de procesamiento de las que
disponemos hoy. El estudio estadístico de series de tiempo se reducía a la
identificación, diferenciación y cuantificación de la tendencia, las
fluctuaciones estacionales y las variaciones cíclicas e irregulares. Los
poderosos métodos con que contamos hoy, encapsulados en los programas que
procesan las computadoras personales, para tratar eventos cronológicos, aún
estaban en una etapa inicial. Es
decir, se trató a la historia como una disciplina pasiva coartando su carácter
esencialmente integro, al reducir su estudio al simple repaso de fechas y
personajes, sin considerar las secuencias y las relaciones causa-efecto, que
son las que permiten la comprensión del pasado. Aunque
el procesamiento de datos, a partir del uso de software y programas de análisis
de datos, lo único que nos ofrece es información cuantitativa y que poco nos
explica sobre los sucesos y causas que generaron cierto acontecimiento, éstas
herramientas nos sirven para situarnos en cierto tiempo, por ejemplo cuando
buscan alguna información o acontecimiento para alguna investigación. A veces
sólo basta con teclear una palabra clave sobre un portal de información y la
fecha para obtener documentación más precisa.
Por
otro lado, nuevos problemas de investigación provocaron un cambio de contenido
en la metodología de las ciencias sociales. Una parte de la exploración en
busca de métodos que ayudaran a responder las preguntas que se formulaba la
investigación social, se volcó hacia el estudio de la filosofía de la ciencia y
de la epistemología. Otro camino que se ensayó fue la lectura metodológica de
las investigaciones realizadas por los autores clásicos. Una
de las causas por el hartazgo hacia el estudio de las ciencias sociales, lo
expone el autor, al hablar sobre las disputas derivadas de las imposiciones
políticas. La metodología de las ciencias sociales suele conceptuarse como un
campo disciplinario provisto de su propia lógica interna. En este ensayo se
muestra que a pesar de ello, al examinar las disputas metodológicas que han
tenido lugar en América Latina en los últimos sesenta años (así como las
teóricas), se observa que han sido influidas por las luchas políticas por
imponer proyectos de sociedad alternativos. Política, teoría y metodología han
estado fuertemente imbricadas. Se plantea que hasta fines de los sesenta la
metodología era equivalente a técnicas de encuesta. En los setenta y parte de los
ochenta se redefinió por la preocupación de comprender el cambio estructural
desde una epistemología con fuerte acento marxista. A raíz de las crisis de los
ochenta y las consecuentes restricciones presupuestarias sobre la investigación
académica se ha observado una tendencia a limitar la metodología a un conjunto
de herramientas y técnicas de investigación, y a discutir conceptos
desprendidos de sus cuerpos teóricos, ocultando así la diversidad de enfoques y
propuestas políticas.
Esta
investigación afirma que aún siguen vigentes en el estudio de las ciencias
sociales estas pugnas e imposiciones, que hoy en día, de acuerdo a la
experiencia de trabajo con niños y jóvenes, confirmo la existencia entre los
estudiantes de cierta aversión por el estudio de la historia. Los
triunfalismos de unos y otros han hecho que grupos de la sociedad se
desentiendan del análisis crítico de lo que representa la historia y es común
escuchar opiniones de maestros en las que hacen referencia a que la historia la
escriben sólo los ganadores; imagen errónea de lo que debiese ser el análisis
de las ciencias sociales, pues no se trata de quién
es más,
sino de entender los mecanismos de la sociedad de la cual formamos parte.
Fuente:
Fernando, C. (2015), "Desarrollo de la metodología en ciencias sociales en América Latina: posiciones teóricas y proyectos de sociedad", Perfiles latinoamericanos, vol. 23, núm. 45, pp. 181-202, en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-76532015000100008&lng=es&nrm=iso&tlng=es,
consultado el 20 de julio del 2015.
lunes, 13 de julio de 2015
Presentación
Este espacio se centra en la reflexión de aspectos teóricos, filosóficos, metodológicos e historiográficos, que pueden fortalecer la formación de estudiantes de licenciatura en historia, de la ENAH y la Especialidad en Enseñanza de la Historia de la UnADM. En él veremos distintas aproximaciones a la definición, carácter disciplinar, preguntas y funciones de historia. Partiremos de conceptos básicos que sirven de coordenadas para su práctica, tales como tiempo, espacio, actor social, estructura, clase social, periodo, contexto, hecho histórico, proceso, cambio, sentido, motor histórico, conciencia y memoria histórica. Repasaremos la naturaleza de la investigación histórica y debatiremos sobre las particularidades del conocimiento del pasado tomando en cuenta la manera en que se conoce en las ciencias, ciencias sociales y humanidades. Observaremos cómo se produjo la institucionalización y profesionalización de la historia académica desde el positivismo e historicismo hasta los actuales modelos de historia del tiempo presente, word y big history. Para contrastar el mundo de las universidades atenderemos la emergencia de la historia oral y public history prestando atención en los usos sociales del pasado. De igual modo propiciaremos las intersecciones entre historia, literatura, antropología y sociología dando a nuestro campo una perspectiva interdisciplinaria. El sitio está abierto a tus comentarios y sugerencias, así como a tus aportaciones. Para establecer contacto puedes escribirme al correo electrónico: elcampomarte@gmail.com, me dará mucho gusto leerte.
Enrique Esqueda Blas
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